Oración
inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te
amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, te aman”
(tres veces).
“Santísima
Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco
el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo,
Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes,
sacrilegios e indiferencias con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por
los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de
María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.
Meditación.
Si viéramos a la imagen de Nuestra Señora de la Eucaristía
sin los ojos de la fe, nos parecería que se trata de una madre, joven y
orgullosa de su hijo, que quiere compartir a su niño con el circunstante que se
encuentra delante de ellos, ya que la Virgen se encuentra en actitud de dar al
Niño Dios, es decir, de pasarlo, desde sus brazos, a los brazos de quien está
delante de Ella. Esto es lo que veríamos sin los ojos de la fe, pero como es
imposible ver la imagen de Nuestra Señora de la Eucaristía sin los ojos de la
fe, lo que vemos es otra cosa: lo que vemos es a la Madre de Dios, Nuestra
Señora de la Eucaristía, que lleva consigo al Niño, pero que al mismo tiempo
quiere compartirlo con aquel que se encuentra delante de Ella y el Niño; la
Virgen quiere dar a su Hijo, pasando el Cuerpo de su Hijo, que está entre sus
brazos, a aquel que la contempla. A su vez, el Niño que porta la Virgen no es
un niño más entre tantos: es el Hijo de Dios encarnado, que ha venido a este
mundo, desde el seno del Padre en donde inhabita desde la eternidad, para
ofrecerse en sacrificio sobre la Cruz, para la salvación del mundo. Por último,
las uvas que llevan el Niño y la Madre, son un símbolo de la Sangre del Cordero
derramada en la Cruz y cada vez en la Santa Misa, puesto que con las uvas se
hace el vino y el vino es el que se convierte en la Sangre del Hombre-Dios en
cada Misa, por las palabras de la Consagración. En otras palabras, lo que vemos
no es a una madre que quiere compartir a su hijo, sino a la Madre de Dios que
quiere darnos el Cuerpo y la Sangre de su Hijo Jesús, el Redentor de los
hombres. Y esto que vemos en la imagen de Nuestra Señora de la Eucaristía, se
hace realidad en la Santa Misa, porque es allí en donde la Santa Madre Iglesia
-representada por la Virgen- nos da el Cuerpo -el Niño de la imagen- y la
Sangre -representada en las uvas- de Jesús, al darnos la Eucaristía. El don de
Nuestra Señora de la Eucaristía, se hace realidad y don del Padre al alma fiel,
en cada Eucaristía, en cada Santa Misa.
Oración final: Un Padrenuestro, Diez Avemarías,
un Gloria.
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