sábado, 30 de noviembre de 2019

El hombre es buscador de Dios por esencia y lo encuentra en la Eucaristía a través de la Virgen



         El hombre es buscador de Dios por esencia, porque lleva impresa en su alma el sello de haber sido creado por Dios: fue creado por Dios y para Dios y ésa es la razón por la cual busca a Dios desde el momento mismo en que es concebido. Ahora bien, esta búsqueda de Dios está ofuscada, ensombrecida, oscurecida, por el pecado original y por su consecuencia, la concupiscencia. Es así que el hombre busca a Dios, pero lo busca muchas veces en donde Dios no está, porque lo busca según sus instintos concupiscibles y no según la recta razón y el buen querer. El hombre busca a Dios, pero si no tiene la luz de la gracia, lo buscará por caminos equivocados y no lo encontrará, encontrando a cambio sustitutos de Dios –el poder, el dinero, la política, las falsas religiones, etc.- que le harán creer que es Dios, pero en realidad son ídolos. Y puesto que cree que estas cosas, que son ídolos, son Dios, se postrará ante ellas, dándole culto como si fueran Dios e incluso dando su vida por ellas.
         Hay una sola forma de buscar y encontrar a Dios con toda seguridad, sin temor alguno a equivocarnos y es guiados por la Virgen Santísima: quien acude a la Virgen, encuentra a su Hijo, Dios encarnado, Jesucristo. Y no lo encuentra de forma abstracta, idealizada, o en mera imagen: lo encuentra a Cristo Dios en la Eucaristía, Presente con su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad. Guiado por el Inmaculado Corazón de María, el hombre busca y encuentra a Cristo Dios, Presente en Persona en la Eucaristía.
         Entonces, el hombre es buscador de Dios por esencia y lo encuentra en la Eucaristía a través de la Virgen.
        

martes, 29 de octubre de 2019

Invitación a la Santa Misa en honor a Nuestra Señora de la Eucaristía


Nuestra Señora de la Eucaristía y su don para nosotros



         Cuando observamos la imagen de Nuestra Señora de la Eucaristía, nos damos cuenta de que se trata de una imagen en movimiento, en el sentido de que indica un movimiento de la Virgen hacia adelante, hacia el espectador, que somos nosotros. En ese movimiento, la Virgen no solo se acerca hacia nosotros moviendo el pie derecho hacia adelante, sino que se inclina con su tronco también hacia adelante, configurando en su totalidad el gesto de ofrecer lo que lleva entre sus brazos, que es su Hijo Jesús y el racimo de uvas.
         ¿Por qué la Virgen quiere darnos a Jesús y al racimo de uvas? Porque Nuestra Señora de la Eucaristía quiere darnos aquello que nos salva, que es el Cuerpo y la Sangre de Jesús, esto es, la Eucaristía: al darnos al Niño, nos da su Cuerpo; al darnos el racimo de uvas, nos da su Sangre, porque con las uvas se hace el vino y el vino es el que se convierte en la Sangre de Jesús por la consagración en la Misa. En definitiva, lo que quiere darnos Nuestra Señora de la Eucaristía, no es sólo a su Niño, para que lo abracemos y adoremos y no es sólo un racimo de uvas, para que nos deleitemos con ellas: quiere darnos el Cuerpo y la Sangre de Jesús, la Sagrada Eucaristía, para que nuestras almas se vean colmadas con la dulzura y el deleite de la Presencia de su Hijo en nosotros.
         El don de la Virgen, Nuestra Señora de la Eucaristía, no se queda en una mera imagen: la imagen es anticipo y figura de lo que la Iglesia hace con nosotros: así como la Virgen lleva al Niño y las uvas y quiere darnos a ambos, para con ellos darnos el Cuerpo y la Sangre de Jesús, así la Iglesia, en cada Santa Misa, nos da, en la realidad y no en imagen, el Cuerpo y la Sangre de Jesús y, con su Cuerpo y su Sangre, también su Alma y Divinidad. Es decir, el don que está prefigurado en la imagen de Nuestra Señora de la Eucaristía, es el don que la Madre Iglesia, que también lleva el título de Madre de la Eucaristía, nos hace en cada comunión eucarística, porque en cada comunión eucarística recibimos el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo.
         Al contemplar la imagen de Nuestra Señora de la Eucaristía, por lo tanto, debe encenderse en nosotros un vivo deseo de recibir lo que la Virgen nos quiere dar: el Cuerpo del Niño y el racimo de uvas, que es aquello que la Iglesia nos da en cada Santa Misa, el Cuerpo y la Sangre de Nuestro Señor Jesucristo, la Sagrada Eucaristía.