martes, 29 de octubre de 2013

Novena a Nuestra Señora de la Eucaristía (IX)


         Meditación

         Nuestra Señora de la Eucaristía es “la Mujer revestida de sol” (Ap 12, 1) y es la Mujer revestida de sol porque el sol es el símbolo de la gracia divina y la Virgen es la Inhabitada por la Gracia Increada porque es la Inmaculada Concepción, la Concebida en gracia y sin mancha de pecado original, la Inhabitada por el Espíritu Santo desde su Concepción Purísima. Si el sol es símbolo de la gracia divina, Nuestra Señora de la Eucaristía es la Mujer revestida de sol porque Ella lleva en sí misma al Sol de justicia, Jesucristo, Luz indefectible y Lámpara de la Jerusalén celestial.
Nuestra Señora de la Eucaristía es la Mujer revestida de sol porque Ella aloja en su seno, por la Encarnación, al Sol de justicia, Jesucristo, comportándose de esta manera a modo de diamante celestial que atrapa la luz solar para luego irradiarla: así como un diamante atrapa en su seno la luz del sol y, antes de irradiarla, resplandece con esta luz, así la Virgen María recibe en su seno virginal a la Luz eterna del Padre, su Hijo Jesucristo, para luego irradiarlo al mundo como Luz eterna que proviene de la Luz eterna, Luz que derrota para siempre las tinieblas del error, del pecado y del infierno. Y así como es la Virgen, así es la Iglesia, de quien Nuestra Señora de la Eucaristía es modelo, porque la Iglesia, por la liturgia de la Santa Misa, recibe en su seno purísimo, el altar eucarístico, a la Luz eterna del Padre, Jesucristo, y la concentra, cual diamante celestial, en la Eucaristía, irradiando al mundo la Luz del Padre, Jesús en la Eucaristía. Así como Nuestra Señora de la Eucaristía se comporta, en la Encarnación y en el Nacimiento milagroso de Jesús, como un diamante, porque atrapa en su seno virginal a Jesús, Luz que procede eternamente del Padre, así la Santa Madre Iglesia, por el poder del Espíritu Santo, prolonga y renueva la Encarnación y el Nacimiento del Hijo de Dios en la consagración, comportándose en la Santa Misa cual otro diamante sobrenatural que encierra a la Luz del Padre en las apariencias del pan y del vino, Jesús en la Eucaristía.
Nuestra Señora de la Eucaristía, la Mujer revestida de sol, recibe en su seno purísimo y lleno de luz a su Hijo Jesús, que es Dios Hijo y, como tal, Invisible, para revestirlo con su carne y con su sangre, como hace toda madre con su hijo, para luego darlo a luz al mundo como Pan de Vida eterna y de esta manera anticipa y prefigura la Santa Misa, en la que la Iglesia, Esposa de Cristo, Inmaculada y Santa y también ella revestida de sol a causa de su pureza, recibe en su seno purísimo, el altar eucarístico, a Jesús, Dios Hijo, para revestirlo con las apariencias de pan y de vino y así hacerlo visible ante e mundo, para entregarlo al mundo como Pan de Vida eterna.
De esta manera, siendo Nuestra Señora de la Eucaristía la prefiguración y el anticipo, en el que está contenida la Santa Misa, por medio de la cual la Iglesia da al mundo el Pan Vivo bajado del cielo, la Hostia Inmaculada que ilumina las tinieblas del mundo y del hombre, la Virgen de la Eucaristía se contrapone así al oscurecimiento de la fe en la Eucaristía, puesto que Ella ilumina las mentes y los corazones para que los hombres puedan reconocer, en la Eucaristía, no a un simple pan bendecido en una ceremonia religiosa, sino al Hijo de Dios encarnado, muerto y resucitado, que está vivo y con su Cuerpo glorioso y resucitado en el Santísimo Sacramento del altar.
Nuestra Señora de la Eucaristía es la Mujer que, en el Apocalipsis, protege al Niño del ataque del Dragón: “El Dragón se detuvo delante de la Mujer (…) para devorar a su hijo en cuanto diera a luz (pero) la Mujer dio a luz a su hijo y este fue arrebatado al trono de Dios” (12, 1-5): en esta defensa que la Virgen hace de su Hijo Jesús, está representada la defensa que la Iglesia, con su Magisterio infalible, realiza frente a todas las deformaciones de la fe en la Eucaristía, porque así como en el Apocalipsis el Dragón intenta matar al Niño, así en la historia de la Iglesia las herejías intentan, con sus errores, matar la fe verdadera en la Presencia real de Jesús en la Eucaristía. Pero esta defensa de la Virgen representa también la defensa contra los ataques de los paganos y satanistas que buscan, de todas las maneras posibles, profanar la Eucaristía.
Por este motivo, a sus devotos, Nuestra Señora de la Eucaristía les concede la gracia de imitarla a Ella en su condición de Diamante celestial que atrapa la Luz eterna, el Sol Jesucristo: les concede el ser, por la gracia santificante, como Ella, es decir, tener un corazón en gracia, lleno de luz y de amor, para recibir la Eucaristía, el Cuerpo sacramentado de Jesús resucitado, pero también les concede la gracia de iluminarles las mentes y los corazones con la Sabiduría y el Amor divinos, para que sus hijos fieles reconozcan a su Hijo Jesús en la Eucaristía y, reconociéndolo, lo amen y lo adoren, en el altar y en el sagrario. De esta manera, la Virgen se asegura que Jesús en la Eucaristía tenga siempre adoradores y reparadores que, con su amor y adoración, reparen permanentemente, en todo tiempo y lugar, los innumerables ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Jesús Eucaristía es continuamente ofendido.

Intención para el Día 9 de la Novena:


Nuestra Señora de la Eucaristía, concédenos recibir a tu Hijo Jesús en la Eucaristía con un corazón en gracia, lleno de la luz y del Amor divinos, y de ofrecernos como víctimas del Divino Amor y de la Divina Justicia, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Tu Hijo en la Eucaristía es continuamente ofendido.

domingo, 27 de octubre de 2013

Novena a Nuestra Señora de la Eucaristía (VIII)



         Meditación

         Nuestra Señora de la Eucaristía es modelo de la Iglesia, lo cual significa que lo que sucede en Ella, se da luego en la Iglesia, sobre todo en la Santa Misa: así como la Virgen concibe por obra y gracia del Espíritu Santo al Hijo de Dios en su seno purísimo, para donarlo al mundo como Pan de Vida eterna, así la Santa Madre Iglesia, por el poder del mismo Espíritu Santo, concibe al Hijo de Dios en su seno purísimo, para darlo a luz al mundo como Pan de Vida eterna; así como la Virgen ofrece a su Hijo en el Calvario, en el Santo Sacrificio de la Cruz, sacrificio por el cual Jesús salva al mundo por medio de la efusión de Sangre de su Corazón traspasado, así la Santa Madre Iglesia ofrece al Hijo de Dios en el Nuevo Monte Calvario, el altar eucarístico, quien así renueva y actualiza el Santo Sacrificio de la Cruz, para la salvación del mundo, por medio de la efusión de Sangre de su Corazón traspasado, Sangre que es recogida en el cáliz del sacerdote ministerial y dada a beber a las almas que lo reciben con fe y con amor.
         Así como la Virgen acompañó a su Hijo Jesús en la Pasión, a lo largo del Camino Real del Calvario y estuvo al pie de la Cruz, ofreciéndolo y ofreciéndose por la salvación de los hombres que Ella adoptó como hijos por mandato divino, así la Virgen acompaña a sus hijos adoptivos en el camino de la vida, conduciéndolos al Nuevo Monte Calvario, la Santa Misa, y permanece al pie de la Cruz del altar, ofreciéndose a sí misma y ofreciéndolos a sus hijos adoptivos como víctimas unidas a la Víctima Inocente, Cristo Jesús, el Cordero de Dios, para la salvación de las almas.
         Por todo esto, Nuestra Señora de la Eucaristía es modelo de la Iglesia y todo lo que sucede en Ella, se da luego en la Iglesia, en la Santa Misa.

         Intención para el Día 8 de la Novena:


         Nuestra Señora de la Eucaristía, intercede por nosotros para que veamos en Ti y en el don que nos haces de tu Hijo Jesús, a la Santa Madre Iglesia que, en la Santa Misa, nos ofrece al Hijo de Dios en la Eucaristía.

sábado, 26 de octubre de 2013

Novena a Nuestra Señora de la Eucaristía (VII)


         Meditación
         Nuestra Señora de la Eucaristía es María, la Madre de Jesús de Nazareth; cuando se contempla la imagen, se tiene la idea de una grácil y frágil mujer joven que lleva, orgullosa, en sus brazos, a su niño; ambos están buscando ya sea un lugar fresco en la casa, para deleitarse con las uvas que acaban de cortar de la vid de su patio, o bien están ofreciendo, al interlocutor que se les acerca, estas uvas, para compartirlas con él. Esto es lo que nos dice la imagen, vista con los ojos del cuerpo, que no ven más allá de lo que aparece y que, para las cosas de Dios y sus misterios, son ciegos completamente.
         Pero vista con los ojos de la Fe, la imagen nos dice algo mucho más misterioso e incomprensiblemente más profundo: Nuestra Señora de la Eucaristía es la Celestial Capitana que se enfrenta al Dragón Rojo y la bestia negra, la masonería, el ejército dirigido por Satanás; ejército que cuenta con innumerables soldados a su servicio, todos activos y puestos a trabajar a las órdenes del ángel caído, quien tiene un objetivo bien preciso: desterrar del corazón del hombre el amor y el conocimiento del único Dios verdadero, Dios Uno y Trino, para iniciar a la humanidad entera en el ocultismo y lograr así la consagración luciferina de toda la humanidad; ejército que se muestra sumamente activo a lo largo y ancho del mundo, captando cada vez más adeptos a través de la secta luciferina llamada “Nueva Era”, “Conspiración de Acuario”, o “New Age”; ejército que está logrando su cometido, porque está llevando un número cada vez más grande de almas a los abismos del infierno; ejército que trabaja activamente y con mucha eficacia, para sembrar el error y profanar todo lo sagrado, lo bueno, lo justo, conduciendo a la apostasía y al error.
         Nuestra Señora de la Eucaristía es la Celestial Capitana del Ejército de Dios, formado por los ángeles y los santos del cielo y por los hombres que reconociéndose pecadores, desean combatir contra el pecado en sus almas y en el mundo, para vivir la vida de la gracia.
         Las armas que nos da esta Celestial Capitana son armas que vuelven invencibles a quienes las manejen, y les conceden un triunfo rotundo y seguro; son armas que permiten detectar las insidias de Satanás y alejar al Ángel caído de la propia vida y de la vida de los seres queridos: la Cruz de su Hijo Jesús, su Cuerpo, su Sangre, su Alma y su Divinidad, la Eucaristía; el Santo Rosario; la confesión sacramental frecuente; los sacramentales, como el agua bendita y el Santo Escapulario, sea el del Carmen o el Verde; la bondad del corazón y la santidad de vida, que viene solo y únicamente por la gracia de Jesús comunicada por los sacramentos, la fe y la oración, y las obras de misericordia corporales y espirituales, como expresión práctica de esta bondad y santidad.
         Nuestra Señora de la Eucaristía, al igual que a los sirvientes en las Bodas de Caná, que siguiendo las órdenes de Jesús llenaron las tinajas vacías con agua, para que Jesús convirtiera el agua en vino, nos dice: “Haced lo que Él os diga”, y lo que Él dice es que usemos las armas que nos da su Madre, la Virgen. De esta manera, las tinajas vacías, los corazones nuestros y los de nuestros seres queridos, y todo el mundo, se llenarán de la gracia de Dios, como paso previo para ser llenados con el Vino de la Alianza Nueva y Eterna, la Sangre del Cordero de Dios. Y así, Dios Uno y Trino obtendrá el triunfo más rotundo, triunfo que ya está logrado en la Cruz de Jesús, y es el de ser adorado, bendecido, amado y glorificado por sus hijos, los hombres de todas las razas, de todos los tiempos.

         Intención para el Día 7 de la Novena:

         Nuestra Señora de la Eucaristía, concédenos la gracia de dar valiente testimonio público de Cristo, frente al neo-paganismo imperante, para que Cristo sea conocido y amado por todos los hombres. Amén.

jueves, 24 de octubre de 2013

Novena a Nuestra Señora de la Eucaristía (VI)


         Meditación

         Todo en la imagen de Nuestra Señora de la Eucaristía trasunta Amor: el amor de la Virgen, que nos dona a su Hijo Jesús, el fruto de sus entrañas, aquello que más ama la Virgen y por lo que la Virgen daría su vida una y mil veces y más todavía; el don de su Hijo es el don de su Inmaculado Corazón, porque en el Corazón de la Virgen solo hay Amor y solo por Amor es que nos da a su Hijo, para que Él sea la alegría de nuestras vidas y la salvación de nuestras almas; es por el Amor de Dios que la inhabita desde su Concepción Inmaculada, que la Virgen nos hace partícipes de su Hijo, en la imagen como promesa y en la Eucaristía como realidad, para que recibiendo su Cuerpo, su Sangre, su Alma y su Divinidad, seamos colmados de la gracia y del Amor divinos; es por el Amor de Dios que la Virgen se nos acerca con su Niño en brazos, para que nos deleitemos ante la Presencia de su Hijo, que es Dios hecho Niño sin dejar de ser Dios, que es Dios que viene a nosotros en Cuerpo de Niño y en brazos de una Madre, que viene a nosotros como Niño para que no temamos acercarnos a Él, así como nadie teme acercarse a un niño pequeño.
La imagen de Nuestra Señora de la Eucaristía trasunta el Amor del Hijo, porque el Niño que ofrece las uvas es el Hijo al cual Ella le tejió, en su seno virginal, una vestimenta de carne y de sangre, haciendo visible al Dios Invisible, haciendo así posible el don de su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad en la Eucaristía; es el Hijo Luz de Luz, al cual Ella encerró, cual diamante celestial, en su seno virginal, para luego irradiar, desde Belén, la Luz eterna sobre las tinieblas del mundo, del pecado y del infierno, venciéndolas para siempre; es el Hijo que continúa derramando su Luz eterna desde la Eucaristía, iluminando las tinieblas del alma que lo recibe con amor y fe; es el Hijo que, naciendo de Ella en Belén, Casa de Pan, continúa donándose a sí mismo en el Nuevo Belén, el altar eucarístico, como Pan Vivo bajado del cielo; es el Hijo de Dios que, derramando su Sangre una vez en el Calvario a través de su costado traspasado, continúa derramando su Sangre en la renovación incruenta del Sacrificio de la Cruz, la Santa Misa, y con su Sangre derramada, efunde en ella el Amor del Padre y del Hijo, el Espíritu Santo.
La imagen de Nuestra Señora de la Eucaristía trasunta el Amor de Dios Padre, porque es Dios Padre quien, por amor a los hombres, envía a su Hijo a encarnarse en el seno virgen de la Madre; es el Amor del Padre el que lo lleva a desprenderse del Hijo de su Amor, nacido en la eternidad en sus entrañas de misericordia, para hacer visible en el Hijo la Misericordia Divina; es el Amor del Padre el que lo lleva a donar a su Hijo en el Santo Sacrificio de la Cruz, en el Calvario, y a renovar y perpetuar ese mismo sacrificio en el Santo Sacrificio del Altar, el Nuevo Calvario, la Santa Misa; es el Amor del Padre el que lo lleva a permitir la Muerte cruenta de su Hijo a manos de los hombres, para así poder librarlos del Dragón infernal, darles el perdón, concederles la filiación divina, infundirles su Amor Divino y conducirlos a su mismo seno en la eternidad; es el Amor de Dios Padre el que lo lleva a resucitar a su Hijo en el sepulcro, luego de haber muerto en la Cruz, para que el Hijo, así resucitado y con su Cuerpo glorioso, done este Cuerpo lleno de la luz y de la gloria divina en la Eucaristía, colmando al alma de amor y gloria celestial en cada comunión eucarística.
La imagen de Nuestra Señora de la Eucaristía trasunta el Amor de Dios, el Espíritu Santo, porque es por Amor que Dios Padre envía a su Hijo a encarnarse en el seno de María Santísima; es el Amor de Dios el que recibe a Dios Hijo en el seno purísimo de María en la Encarnación; es el Amor de Dios el que lleva al Hijo a subir a la Cruz en el Monte Calvario para entregar en la Cruz su Cuerpo, su Sangre, su Alma y su Divinidad por la salvación de los hombres, y es el Amor de Dios el que prolonga su sacrificio en el Nuevo Monte Calvario, el altar eucarístico; es el Amor de Dios el que lleva a Jesús, el Cordero de Dios, a entregarse todo Él, sin reservas, con su naturaleza humana glorificada y con su Ser trinitario y con su Persona divina al alma que comulga, para soplar en el alma que lo recibe con fe y con amor, al Espíritu Santo, el Amor de Dios, para encenderla en el Fuego del Amor divino, como anticipo del ardor en el Amor de Dios que experimentará el alma en los cielos eternos, cuando contemple al Cordero cara a cara y por esta contemplación sea eternamente bienaventurado.
Todo, en la imagen de Nuestra Señora de la Eucaristía, trasunta el Amor de Dios.

Intención para el Día 6 de la Novena:


Nuestra Señora de la Eucaristía, haz que nuestros corazones se conviertan en hogueras que ardan con el Fuego del Amor Divino.

miércoles, 23 de octubre de 2013

Novena a Nuestra Señora de la Eucaristía (V)


         Meditación
         Con las uvas que trae el Niño, se hace el Vino de la Alianza Nueva y Eterna, el Vino que Dios Padre sirve en el Banquete celestial, Banquete que prepara para sus hijos pródigos. El Vino de la Misa es el producto de la conversión del vino de la vid terrena que se prepara en el altar antes de la consagración. En la Misa, el vino terrenal se convierte, por la acción del Espíritu Santo, en Vino de la Alianza Nueva y Eterna, la Sangre del Cordero, en un hecho prodigioso que deja sin habla a los ángeles del cielo. La conversión del vino terreno en la Sangre de Jesús está prefigurada en las Bodas de Caná, cuando por mediación de la Virgen, Jesús convierte el agua de las tinajas en vino del mejor, de calidad exquisita. Es por esto que las uvas del Niño de la Virgen de la Eucaristía nos recuerda a las Bodas de Caná, en donde las tinajas de arcilla son una representación del corazón humano en su proceso de conversión: antes del milagro -y antes de la conversión-, las tinajas de arcilla –representan la fragilidad de nuestra condición humana, pues llevamos “tesoro en vasijas de barro”, como dice San Pablo- están vacías, y esto significa que están vacías del verdadero Amor; son los corazones humanos llenos de la nada del mundo; las tinajas vacías representan el fruto de ceder a los atractivos mundanos: la nada más absoluta. Cuando el corazón humano se deja atraer por las tentaciones y los placeres del mundo, encuentra que al final se encuentra como las tinajas de las Bodas de Caná antes del milagro: vacías, porque los placeres del mundo sólo dejan hastío al hombre. Antes de la conversión, el corazón humano está vacío del Amor de Dios y lleno con la nada del mundo.
         Cuando la Virgen intercede y logra que Jesús –en realidad, toda la Trinidad- acceda a su pedido, las tinajas de arcilla son llenadas con agua: como el agua simboliza la gracia y la participación a la vida divina, las tinajas con agua representan la conversión del corazón, de Dios al mundo: ya no está lleno con el vacío del mundo, sino que está lleno de la gracia de Dios, el Agua Nueva que da la vida divina. Y puesto que se encuentran en gracia, los corazones que son como las tinajas con agua cristalina y pura se asemejan al Corazón Inmaculado de María, Puro y Lleno de gracia. Por intercesión de la Virgen, Jesús ordena a los servidores que llenen las tinajas con agua; esto representa la intervención de la Virgen en la vida personal de un pecador, intervención mediante la cual consigue la gracia del arrepentimiento y la contrición del corazón, que empieza así a atesorar la gracia divina.
         Finalmente, las tinajas, que primero estaban vacías y luego llenas con agua, reciben el milagro de la conversión del agua en vino: Jesús obra el milagro y el agua se convierte en vino, y en vino del mejor; es una representación del alma que, por la gracia, se acerca a la Santa Misa y bebe el Vino del cáliz del altar, la Sangre que brota del Corazón traspasado del Salvador. En la última fase de la conversión, el alma en gracia ve colmado su corazón con la Sangre del Cordero, al libar del cáliz eucarístico el Vino de la Alianza Nueva y Eterna.
          Con las uvas que trae el Niño, se hace el Vino de la Nueva Alianza, Vino que es la Sangre del Cordero, Vino que al colmar las tinajas de arcilla, los corazones de los hombres en gracia, los embriaga con la Alegría infinita del Amor Divino.

         Intención para el Día 5 de la Novena:


         Nuestra Señora de la Eucaristía, haz que nuestros corazones, que son como las tinajas vacías de las Bodas de Caná, se llenen con el agua de la gracia santificante, para que luego sean colmados con el Vino de la Alianza Nueva y Eterna, la Sangre de tu Hijo Jesús. Amén. 

Novena a Nuestra Señora de la Eucaristía (IV)


         Meditación
         Las uvas del Niño simbolizan su Sangre derramada en la Cruz, porque ese Niño es la Vid verdadera, que de adulto habrá de dar el fruto celestial, el Vino de la Alianza Nueva y Eterna, luego de ser triturado en la vendimia de la Pasión. La Vid verdadera será estrujada y triturada para dar el Vino que el Padre habrá de servir en el Banquete celestial, la Santa Misa, Banquete en el que, además de Vino exquisito, de la mejor calidad –la Sangre del Cordero-, se sirve la Carne del Cordero, el Cuerpo de Jesús resucitado, y todo se acompaña con Pan Vivo bajado del cielo, cocido en el horno ardiente de caridad, el seno eterno del Padre. Acompañan a este Banquete celestial, servido por el Padre, formado por Vino de la Alianza Nueva y Eterna, la Carne del Cordero asada en el Fuego del Espíritu Santo, y el Pan de Vida eterna cocido en las brasas incadescentes del Amor Divino, unas hierbas amargas, las hierbas de la tribulación de la Cruz, que Dios da no a cualquiera, sino a sus elegidos, a aquellos a quienes Él ha elegido en Persona para que sean partícipes de la Gran Tribulación del Calvario.
         La Virgen nos ofrece al Niño y el Niño nos ofrece sus uvas, porque todo es así en Dios: amor, generosidad, don sin límites, comunicación de su bondad, de su dulzura, de su ternura. Nada hay en Dios que no sea don y don gratuito de máxima liberalidad, don del Amor de sus entrañas, Amor que es su esencia y que brota de su Ser trinitario perfectísimo. Pero esas uvas que nos da el Niño, como signo del Amor divino, serán convertidas en vino cuando el Niño, Vid verdadera, ya adulto, sea triturado en la vendimia de la Pasión. Cuando su Cuerpo sea estrujado y machacado por los golpes; cuando su Cuerpo sea lacerado, golpeado, magullado, molido, y abierta su piel y sus carnes por miles de heridas, la Sangre que salga de esta Vid verdadera así triturada, será el Vino de Vida eterna que el Padre servirá en la Mesa Santa, la Santa Misa, para sus hijos más queridos. Y en este ser triturada la Vid verdadera en la vendimia de la Pasión, está la respuesta de los hombres al Amor de Dios, porque si de parte de Dios todo es don gratuito de su Amor infinito, y lo que nos dona es todo lo que Él tiene, su Hijo amado en la Cruz, siendo este Amor del Padre el motor de la Pasión de parte de Dios, de parte de nosotros, los hombres, el motor de la Pasión es el mal y el pecado, porque son nuestros pecados los que muelen a la Vid verdadera, estrujándola para que dé el fruto exquisito, el Vino de la Alianza Eterna y definitiva.
         El Niño nos ofrece sus uvas, las uvas que pisadas en la Vendimia se convertirán en el Vino con el que Dios Padre nos concede su perdón y su Amor; el motor de esa vendimia, de parte nuestra, son nuestros pecados; de parte de Dios, es su Amor. Hagamos entonces el siguiente intercambio: démosle a Dios Padre nuestros pecados en la confesión sacramental, y que Él en la Misa nos dé la Sangre de su Hijo y, con su Sangre, su Amor.

Intención para el Día 4 de la Novena:

         Nuestra Señora de la Eucaristía, ruega por nosotros, para que bebamos en gracia y con Amor y devoción el Vino de la Eterna Alianza, la Sangre del Cordero, el Vino hecho con las uvas que nos convida tu Niño Jesús.

Novena a Nuestra Señora de la Eucaristía (III)


         Meditación
         Nuestra Señora de la Eucaristía, Pura e Inmaculada como su Hijo Jesús
Al igual que sucede con un hijo, en quien se pueden ver los rasgos de la madre, así en el Hijo de María Virgen, podemos ver los rasgos de María, que van más allá del parecido meramente físico. La Virgen es la Llena de gracia, es la Purísima, y está inhabitada por el Espíritu Santo, el Amor de Dios, y así como es la Madre, así es el Hijo: Jesús es la Gracia Increada y el Autor de toda gracia creada, porque es Dios; su Ser trinitario es Purísimo, Limpidísimo y Perfectísimo, sin la más mínima mancha de ni siquiera imperfección alguna, por pequeña que sea; Jesús es el Cordero Inocente, el Cordero sin mancha, que junto al Padre dona el Amor de Dios, el Espíritu Santo, a través de su sacrificio en Cruz.
         Jesús es parecido a su Madre –como todo hijo se parece a su madre- pero, en rigor de verdad, es María quien se parece a Jesús, porque la Virgen fue hecha por Jesús y para Jesús, a su imagen y semejanza, para que fuera, desde su creación en gracia, Tabernáculo viviente y purísimo en donde fuera custodiado el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad de Jesús. Nuestra Señora de la Eucaristía fue creada Pura y Santa, a imagen de su Hijo Jesús, convirtiéndose así en la Primera Custodia y el Primer Sagrario que alojó en su seno virginal al Pan de Vida eterna, Jesús, el Hijo de Dios.
Procedente desde la eternidad del seno de Amor Purísimo de Dios Padre, Jesús debía encarnarse y nacer en este mundo, pero su Encarnación y Nacimiento en el tiempo debía verificarse en un horno de Amor Purísimo y ardentísimo en un todo similar al seno de Amor Purísimo y ardentísimo en el que Él era desde toda la eternidad, para que Él, que era el Hijo de Dios, proveniente desde el seno eterno del Padre, fuera recibido con un Amor similar al del Padre y así no sintiera diferencias entre el Amor recibido en el seno eterno del Padre en la eternidad y el Amor recibido en el seno virgen de la Madre, en el tiempo. Este es el motivo que explica que la Virgen, pensada por la Trinidad desde toda la eternidad para ser Madre de Dios, haya sido creada y concebida en gracia y que toda Ella sea Pureza Inmaculada, porque su Hijo es la Pureza Inmaculada en sí misma; esto es lo que explica que la Virgen es llamada y sea “Llena de Gracia”, porque debía alojar en su seno virginal a su Hijo, que es la Gracia Increada; esto es lo que explica que la Virgen esté inhabitada, desde su Inmaculada Concepción, por el Espíritu Santo, el Amor de Dios: viviendo el Hijo en la eternidad en el Amor del Padre, debía vivir también en el tiempo, desde el primer instante de la Encarnación, en este mismo Amor, y para que el Hijo viva en el Amor del Padre fue que el Espíritu Santo hizo de María Virgen su morada virginal.
Entre la Madre y el Hijo se da un admirable intercambio: mientras Ella le proporciona de su carne y de su sangre, revistiendo al Verbo invisible del Padre para hacerlo visible y presentarlo al mundo como Niño Dios, su Hijo, que es Dios, le comunica y participa de su gracia desde el momento mismo de su Concepción Inmaculada. El parecido entre la Madre y el Hijo se da porque mientras la Virgen le proporciona de su carne, de su sangre y de nutrientes, su Hijo le comunica su Gracia, su Amor y su vida divina. Así el Niño tiene los rasgos faciales de la Madre y la Madre tiene la Pureza del Ser trinitario del Hijo. En la imagen, el Niño se parece a la Madre, pero es la Madre la que participa de la gracia de su Hijo en un grado que supera infinitamente a todos los ángeles y santos juntos. Y porque participa de la gracia de su Hijo en un grado eminente, así como es el fruto de sus entrañas, la Eucaristía -Pura, Inmaculada y Santa-, así es la Virgen: Pura, Inmaculada y Santa.
También los hijos adoptivos de la Virgen, nacidos al pie de la Cruz, están llamados a parecerse a su Madre celestial y para ello, los hijos de la Virgen deben alimentarse del Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Jesús; para parecerse a su Madre del cielo, los hijos de la Virgen deben nutrirse del Pan de Vida eterna, la Eucaristía. Porque todo hijo se parece a su madre, así el hijo adoptivo de María, que se alimenta de la Eucaristía, debe ser como su Madre: inmaculado, puro, santo.

Intención para el Día 3 de la Novena:

Nuestra Señora de la Eucaristía, intercede por nosotros para que, uniéndonos a tu Hijo Jesús en la Eucaristía, seamos para el mundo, por medio de las obras de misericordia, reflejos vivientes de su Pureza y de su Amor.


martes, 22 de octubre de 2013

Novena a Nuestra Señora de la Eucaristía (II)


         Meditación
         Nuestra Señora de la Eucaristía, la Mujer del Génesis y del Apocalipsis
Vista con ojos humanos, la imagen de Nuestra Señora de la Eucaristía nos muestra a una joven mujer que lleva en sus brazos a un niño, su hijo. Está vestida a la usanza antigua, con un vestido ceñido a la cintura y un gran manto de color verde que desde su hombro cubre casi todo su cuerpo. El niño, cuya edad es de unos tres años, está vestido solo con un manto blanco de lino y su pequeño cuerpo es sostenido por los frágiles brazos de su madre. Con toda seguridad, madre e hijo vienen de la vid, a juzgar por las uvas que traen entre ambos, y se dirigen a un lugar fresco y reposado de la casa, para disfrutar del racimo de uvas entre ambos. Vista con ojos humanos, parece una doncella de la Antigüedad con su hijo en brazos, retratados en un momento de la vida cotidiana de esos tiempos.
Sin embargo, no podemos ver a Nuestra Señora de la Eucaristía con ojos humanos, porque es una imagen que viene del cielo y por lo tanto, solo podemos verla con los ojos de la Fe; de lo contrario, corremos el riesgo de perder de vista el significado sobrenatural y celestial de la devoción.
Lo que la fe nos dice es que la joven doncella es la Virgen, la Madre de Dios (cfr. Is 7, 14), la Mujer que en el Génesis aplasta la cabeza de la Serpiente Antigua (cfr. Gn 3, 15); es la Mujer por cuya intercesión el Hijo de Dios comienza en Caná de Galilea a obrar públicamente prodigios asombrosos entre los hombres, el primero de todos, la conversión del agua en vino (cfr. Jn 2, 1-11); es la Mujer que acompaña en su Agonía redentora al Hombre-Dios, “al pie de la Cruz” (Jn 19, 25) y que al pie de la Cruz se convierte en Madre celestial de todos los hombres (cfr. Jn 19, 27); la fe nos dice que esta doncella es la Mujer que en el Apocalipsis aparece en el cielo, como una gran señal, “toda revestida de sol” (12, 1), porque el sol es símbolo de la gracia divina y Nuestra Señora de la Eucaristía es la Virgen Inmaculada, la Llena de gracia, Tabernáculo Purísimo de la Gracia Increada.
La fe nos dice que los femeninos y maternales brazos de esta Mujer, en apariencia frágiles y delgados, son los más fuertes del mundo, porque sostienen a un Niño que es Dios encarnado, Jesucristo.
La fe nos dice que el Niño que lleva la Virgen es la Segunda Persona de la Santísima Trinidad, Dios Hijo, que procede del seno del Padre desde la eternidad, que se encarnó en el seno purísimo de María para donar su Cuerpo como Pan de Vida eterna y que prolonga su Encarnación y Don de sí mismo en la Eucaristía, en la Santa Misa.
Vista con los ojos de la fe, la imagen de Nuestra Señora de la Eucaristía supera todo lo que podemos pensar o imaginar, porque es la Mujer del Génesis, de Caná, de la Pasión, del Apocalipsis, que en la Santa Misa nos dona a su Hijo, que es El que vence a la Serpiente, que es El que convierte el vino en su Sangre, que es Quien abre sus brazos en la Cruz del altar, que es el Cordero Inmaculado que entrega su Cuerpo en la Eucaristía para nuestra salvación.
Por el insondable misterio que encierra, no podemos ver a Nuestra Señora de la Eucaristía con ojos humanos, sino con los ojos de la fe.
Intención para el Día 2 de la Novena:

Nuestra Señora de la Eucaristía, intercede por nosotros para que veamos en Ti a la Madre de Dios y en tu Hijo a Nuestro Salvador Jesucristo, que nos ofrece en cada Eucaristía su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad. Amén.

lunes, 21 de octubre de 2013

Novena a Nuestra Señora de la Eucaristía (I)


         Meditación
El don de la Virgen, el don de la Iglesia
En la imagen, la Virgen avanza hacia nosotros y en el avance realiza el gesto de donar a su Hijo, como una madre que, orgullosa de su hijo, quiere compartirlo con su interlocutor. A su vez, el Niño quiere hacer también un don, y son las uvas que, ayudado por su Madre, trae entre sus brazos. En la imagen y en la devoción de la Virgen de la Eucaristía hay, entonces, la promesa de un doble don: la Virgen ofrece el fruto de sus entrañas, su Hijo Jesús y, a su vez, el Niño ofrece sus uvas.
Ahora bien, este doble don, presente en la imagen, visible en el gesto de la Virgen y en el de su Hijo, es una promesa, que como tal se presenta al fiel que contempla la imagen, pero que no se aún en la realidad, porque una imagen no es la realidad en sí misma, sino una representación de la realidad. La imagen promete un doble don, pero ese doble don permanece como promesa que todavía no se realiza porque se trata, precisamente, de una imagen y no de la realidad que esta representa.
Lo que hay que tener en cuenta, cuando se contempla la imagen de Nuestra Señora de la Eucaristía, es que la promesa del doble don que la devoción encierra, se concreta y realiza en la Santa Misa, porque es allí en donde la Santa Madre Iglesia -representada en la Virgen-, actualiza el sacrificio de la Cruz por medio del cual el Hijo de María Virgen se entrega como Víctima Inocente por la salvación del mundo, y es en la Santa Misa en donde Jesús, el Hijo de la Virgen, entrega no ya uvas, sino el fruto de la Vid verdadera, su Sangre, la cual es derramada incruentamente en el cáliz del altar. 
El devoto de Nuestra Señora de la Eucaristía debe entonces asociar su devoción a la Virgen con el don real que la Virgen le concede en la Santa Misa, porque el Niño que la Virgen ofrece en la imagen, es el Niño que la Iglesia nos dona en la Eucaristía, y las uvas que el Niño nos ofrece en la imagen, es su Sangre que Él derrama en el cáliz. En otras palabras, el devoto de Nuestra Señora de la Eucaristía tiene que considerar que lo que la imagen promete, lo da en la realidad la Iglesia en la Santa Misa: Jesús en la Eucaristía, la Sangre de Jesús en el cáliz. 

         Intención para el Día 1 de la Novena: 
Nuestra Señora de la Eucaristía, concédenos la gracia de comprender que el Niño que llevas en tus brazos, es el mismo que nos entregas, en Persona, en la Eucaristía, y que las uvas que tu Hijo nos ofrece, son la figura de su Sangre que, incruentamente, se vierte cada vez en el cáliz, en la Santa Misa.