lunes, 14 de agosto de 2023

Solemnidad de la Asunción de María Santísima

 


          La Iglesia Católica celebra la Asunción de María Santísima, queriendo significar con esto que la Madre de Dios no murió sino que, en el momento en que debía partir de este mundo al otro, la Virgen se durmió -por esta razón en las iglesias orientales esta solemnidad se llama “Dormición de la Virgen”- y fue ascendida, en cuerpo y alma, al cielo. En su asunción, la gracia que colmaba su alma -la Virgen es llamada “Llena de gracia”- se comunicó a su cuerpo, convirtiéndolo de un cuerpo mortal y terrestre en un cuerpo celestial, glorioso, lleno de la gloria de Dios. En otras palabras, la Virgen no murió, es decir, su alma nunca se separó de su cuerpo y como su alma estaba colmada de la gracia divina, esta gracia se convirtió en gloria divina al ser asunta al cielo.

          Fueron los ángeles quienes, por orden del Rey de los ángeles, Nuestro Señor Jesucristo, llevaron al cielo a la Virgen en cuerpo y alma y al llegar al cielo, la Virgen ya estaba glorificada en cuerpo y alma. Esto sucedió porque Jesucristo no solo preservó a su Madre de la mancha original -la Virgen es la Inmaculada Concepción-, sino que también quiso preservarla de la corrupción de la muerte, de manera que la Virgen no murió, su alma no se separó de su cuerpo y la gracia de su alma se derramó sobre el cuerpo, glorificándolo. De esta manera, la Virgen se durmió con un cuerpo terreno y al despertar, despertó en el cielo, con su cuerpo y alma glorificados, siendo transportada por los ángeles y recibida por su Hijo Jesucristo en Persona.

          La Asunción de la Virgen María es un signo de esperanza para quienes somos sus hijos, los bautizados en la Iglesia Católica, de que, si perseveramos en la fe, en las buenas obras y en la gracia hasta el momento de nuestra muerte, también seremos glorificados en el cielo y esto es un deseo de la Virgen, porque la Madre quiere que donde esté Ella, allí estén sus hijos. Al recordarla en el día en que la Virgen su Asunta en cuerpo y alma a los cielos, le pidamos a la Virgen que, siendo nosotros sus hijos, interceda ante su Hijo Jesús para que obtengamos la gracia invalorable de ser llevados al cielo en el momento de nuestra muerte, para adorar junto con Ella a Nuestro Señor Jesucristo, el Cordero de Dios, por toda la eternidad.

sábado, 12 de agosto de 2023

Reseña sobre el Padre Jorge Gandur 150623

 

Reseña sobre el Padre Jorge Gandur 150623

Podríamos clasificar a los recuerdos sobre el Padre Gandur en dos grandes grupos: el primero, al que podemos llamarlo “Recuerdos recientes” y se refieren a cómo lo recuerdo al Padre Gandur ahora, en este momento; el segundo grupo, podemos clasificarlo como “Recuerdos antiguos”, ya que se trata de hechos relativos al Padre Gandur sobre todo en los últimos días de su enfermedad y los llamo así porque si no hubiera hecho una reseña casi inmediatamente después de su fallecimiento, con toda seguridad, hoy no los recordaría.

Parte I-En el primer grupo, podemos subdividirlo en recuerdos como persona, como sacerdote y como sufriente.

         A-Como persona.

En lo personal, tengo que decir que en su aspecto como ser humano era excepcional, enormemente caritativo: sin pedirme mayores explicaciones, bastó con que le explicara brevemente mi situación, porqué me encontraba en Tucumán y no en San Rafael, Mendoza, y me recibió con los brazos abiertos en un momento muy difícil para mí -yo estaba con migraña crónica, tenía a mi madre gravemente enferma-, además de esta recepción inmensamente generosa en lo afectivo, moral, espiritual -podríamos decir que obró las obras de misericordia espirituales conmigo-, pero también me ayudó en el aspecto material -es decir, también recibí del Padre Gandur las obras de misericordia materiales-: me brindó un techo, un sueldo, me permitió trabajar a mis anchas como sacerdote y debo decir que aprendí de él muchos aspectos en lo sacerdotal, como la oración, por ejemplo; me permitió desplegar mi sacerdocio, me enseñó a rezar más y mejor que lo que hacía yo, al tener un oratorio vecino a su habitación, me prestaba el oratorio para que yo pudiera rezar, leer, escribir. Me apoyó en un aspecto particular, que era el de escribir, me brindó todas las facilidades para que me pudiera desenvolver en el sacerdocio. Pero, sobre todo, me brindó su amistad, su confianza, me pedía que corrigiera ortográficamente sus sermones. Era muy austero, tenía muy buen humor, muy buen trato con las personas, levantaba el ánimo con sus ocurrencias -jamás nada incorrecto-, estar con él era como estar con un amigo, con un padre, que acompaña aun en los momentos difíciles. Sabía cómo, sutilmente, bajarnos del pedestal en el que nosotros o la gente nos suele poner, equivocadamente, por supuesto. Así, una vez que alguien le decía algo así como que “apreciaba mucho la misa del padre Álvaro”, él decía: “¡Bah! ¡A la gente siempre le gusta la novedad!”. Otra broma que solía hacer era decir que yo ponía a propósito el ventilador, para que la casulla flameara y así diera la impresión de que levitaba y que esto yo lo hacía a propósito. También hacía bromas como la siguiente: cuando algo salía bien, por el motivo que sea, decía en voz alta: “¡Ahh! ¿Quién? ¿Quién?”, como diciendo -por supuesto que en tono de broma- que era mérito suyo.

         B-Como sacerdote.

Amaba enormemente a la Iglesia Universal, estaba siempre al tanto de lo que sucedía en la Iglesia y también amaba a la Iglesia particular, a la parroquia de Nuestra Señora de la Caridad. Me impresionó mucho la dedicación que ponía para mejorar siempre a la Iglesia, sobre todo el altar y el sagrario, tenía un muy buen gusto estético y arquitectónico. También me llamaba la atención la forma sutil que tenía para conseguir cosas para la Iglesia, al estilo, por ejemplo, de “Usted a este candelabro ya no lo usa, ¿verdad?” y lo conseguía todo para la Iglesia, nada para él.

Me enseñó a amar a la Virgen, rezábamos la piadosa devoción de la “Romería”, que consiste en el rezar el Rosario de ida a la imagen de la Virgen, uno frente a la imagen y otro al regresar. Él me enseñó esta práctica piadosa, que yo no la conocía.

         El centro de su vida era la Eucaristía, dio su apoyo incondicional a la devoción de Nuestra Señora de la Eucaristía primero y al Oratorio de Adoración Eucarística después. Sostenía que la devoción de Nuestra Señora de la Eucaristía había comenzado en Yerba Buena para preparar los corazones para el Oratorio de Adoración Eucarística. Cuando la señora María Victoria Herrera consiguió una hermosa imagen de la Virgen de la Eucaristía, a la cual la hizo construir y traer desde Buenos Aires, la colocó entre el altar y el sagrario.

         Cuando le presenté el proyecto bautizado por mí “NACER” -acrónimo de “Niños y Adolescentes Adoradores de Cristo Eucaristía”-, pensado para acercar a los niños y jóvenes a Jesús Eucaristía, estuvo de acuerdo con el proyecto y me permitió llevarlo a cabo, haciendo una excepción al silencio propio del Oratorio, porque en las adoraciones en donde los catequistas de la Caridad llevaban a los niños, las adoraciones eran más breves y guiadas. El Padre Gandur entonces estuvo de acuerdo con este proyecto, me apoyó y permitió la excepción de la adoración guiada para niños y jóvenes.

         C-Como sufriente.

Nunca una queja, nunca un gesto de fastidio, nunca preguntar “¿Por qué a mí?”, como suele suceder. No dejó de celebrar la Santa Misa -cuando se podía, obviamente, que era en la habitación-, tampoco de rezar la Liturgia de las Horas y mucho menos el Santo Rosario.

Parte II-En el segundo grupo de recuerdos, relativos a su última etapa en vida, están los recuerdos relativos sobre todo a su internación y a sus últimas horas.

Pequeña semblanza de un gran sacerdote: el P. Gandur[1]

Es difícil resumir, en pocas palabras, las interminables virtudes del P. Gandur, sobre todo en la etapa final de su vida, en los tres últimos meses de vida: su mansedumbre, su paciencia, su entrega cristiana, su ofrecimiento a Cristo por los propios pecados y “por los del mundo entero” –como decía con la vista fija en la imagen de Jesús Misericordioso-, su buen humor, su ánimo sereno… Nunca se quejó, a pesar de las innumerables molestias e incomodidades producidas por la situación de su enfermedad. Tuvo pocos días de dolor muy intenso –comenzaron el 25 de junio, el día antes de San Josemaría-, pero nunca se quejó. Se mostraba agradecido con los médicos y las enfermeras y se sometía dócilmente a los tratamientos, sin quejarse nunca por las continuas interrupciones del sueño, producto de la actividad propia de un hospital. Esto se vio de modo particular en el día a día de la internación, puesto que todos los días debían extraerle sangre para análisis de laboratorio, y además debían punzarle un dedo para la prueba de la glucemia, y a pesar de lo que esto significa, nunca dijo una palabra de queja o fastidio, ni nada parecido.

Hasta que le fue posible, trabajó en la redacción de sus artículos para el semanario “Cristo Hoy” y la revista “Adoradores”, como así también para el periódico “La Gaceta”. Me pedía que buscara textos sobre la fe y también el pensamiento del Papa Francisco sobre la fe.

Continuamente pedía que le leyera noticias sobre el Santo Padre, para lo cual consultábamos algunos sitios, como ACIPrensa. Siguió todas las JMJ de Río, quedando particularmente impresionado por la Adoración Eucarística presidida por el Santo Padre. También pedía noticias de la Obra y pensamientos espirituales del Prelado. Pedía a los demás que rezáramos al Beato Álvaro del Portillo, pidiéndole por su curación.

Celebró la Santa Misa hasta el día anterior a su muerte, siempre lo hizo con gran devoción. Hasta que fue posible, se sentaba en un sillón contiguo a la cama, para celebrarla desde ahí, y pedía siempre el alba. Cuando empezó el estado de postración permanente, y ya no le fue posible sentarse y colocarse el alba, concelebró desde la cama, solo con la estola.

Rezaba el Rosario todos los días -incluso el día antes de morir-, al igual que la Liturgia de las Horas (esto último no lo hizo en sus últimos días, a causa de la creciente disnea, lo cual le impedía tanto el leer como el concentrarse).

Celebrábamos casi siempre la Misa por enfermos, y en la Liturgia de las Horas pedía por su recuperación, para poder reintegrarse a sus funciones como Párroco.

Conservó hasta el fin la esperanza de curarse, para poder seguir al frente de  la Parroquia, un deseo que lo expresó varias veces. Recordaba siempre con gran afecto y simpatía a todos sus parroquianos y con frecuencia preguntaba por ellos.

El día anterior a morir se persignó repetidas veces, de modo solemne, trazando una señal grande de la Cruz sobre sí. Se lo observaba concentrado, en oración.

Cuando se llevaron las imágenes de Nuestra Señora de la Eucaristía y Nuestra Señora del Rosario de San Nicolás, bajo la ventana de la habitación del sanatorio en el que estaba internado, se quedó asombrado, y si bien al final de la oración de la Coronilla que hicieron los fieles les dio la bendición, mientras se rezaba la Coronilla mostraba una cara de asombro, como si viera algo que lo maravillaba, pero que nosotros no podíamos ver.

         Celebró su última Misa el día de María Reina.

Su última bendición fue a un niño de doce años, quien meses antes había manifestado su deseo de ser sacerdote.

Sus últimas palabras:

En la terapia del Hospital Austral, luego de salir de su cirugía en la cual drenaron el empiema pleural, me dijo: “Me vas a ayudar a bien morir”.

Luego de un episodio de convulsión, una semana antes de la muerte, me pidió que le diera la unción de los enfermos, y preguntó si tenía puesto el Escapulario de Nuestra Señora del Carmen (me aseguré de que siempre tuviera puesto el Escapulario y le administré la unción de los enfermos).

         Contemplando la imagen de Jesús Misericordioso, que tenía enfrente de su cama: “Ofrezco mi enfermedad en reparación por mis pecados y los del mundo entero”.

Dos días antes de morir dijo para sí mismo: “Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”, que es la cita del Salmo 22 por parte de Jesús antes de morir (Mt 27, 46) y la cuarta palabra de la Cruz. Precisamente, murió mientras el P. Horacio Gómez recitaba este Salmo, por lo cual podemos decir que entró en el cielo cantando salmos.

Su última palabra fue: “Dame agua”, lo cual recuerda la quinta palabra de Jesús en la Cruz: “Tengo sed” (Jn 19, 28).

Además de sus virtudes humanas y sobrenaturales, sus dos grandes legados son su gran amor a la Eucaristía, concretado en el Oratorio de Adoración Eucarística “Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús” y su amor a la Virgen, manifestado ante todo en la devoción a Nuestra Señora de la Eucaristía, quien se dio a conocer a través del P. Gandur, en un modo que recuerda mucho a Nuestra Señora del Rosario de San Nicolás (la imagen original de Nuestra Señora de la Eucaristía estuvo guardada y olvidada en el armario de una casa de familia por espacio de quince años; cuando la dueña de la imagen, que no conocía al Padre Gandur –ni él a ella- acompañó a una amiga que quería que el P. Gandur le bendijera agua, el Padre le dijo a la señora dueña de la imagen que ella “tenía en su casa una imagen de la Virgen”, describiéndole las características de la imagen, incluidas las uvas que el Niño lleva entre sus brazos. Al principio, la señora no sabía de qué estaba hablando el Padre, hasta que recordó que la tenía en su armario, fue a buscarla, y se la trajo al Padre, quien le puso el nombre de “Nuestra Señora de la Eucaristía”, y le dijo que quería ser venerada públicamente en las Iglesias, y que la Virgen se había manifestado para preparar los corazones de los futuros adoradores del Oratorio de Adoración Eucarística. De hecho, esto sucedió dos años antes de la inauguración del Oratorio. A mí me dijo que él no vio ninguna imagen, es decir, no tuvo ninguna visión de la Virgen, pero sí supo, de alguna manera, cómo era la imagen, y así la pudo describir. Cuando vio la original, dijo que él pensaba que era más grande).

Conclusión

Nuestro querido Padre Gandur ya no está entre nosotros; ya no está en este “valle de lágrimas”, pero desde ahora y para siempre está en la eterna alegría de la Casa del Padre, y contempla en el cielo, cara a cara, a Jesús, a Aquel a quien en la tierra adoró oculto tras la apariencia de pan; ahora y para siempre se alegra por la presencia y visión de su Madre amantísima, María, a quien honró y amó en esta vida con todo su corazón, particularmente bajo la devoción de “Nuestra Señora de la Eucaristía”. Que desde el cielo interceda por nosotros, para que algún día podamos compartir con él su eterna alegría, la alegría de la contemplación de Jesús y María.

Padre Álvaro Sánchez Rueda.