jueves, 28 de septiembre de 2017

Nuestra Señora de la Eucaristía nos da su amor maternal


         Cuando contemplamos la imagen de Nuestra Señora de la Eucaristía, que lleva en sus brazos al Niño Dios, nos recuerda a esas madres que, orgullosas de sus hijos, los llevan en brazos con todo amor, estrechándolos contra sus corazones, como queriéndoles infundir el amor que por ellos sienten.
         La Virgen de la Eucaristía ama tanto a Jesús, que lo lleva en brazos, y aunque Él es Dios, como es Niño, necesita protección y la Virgen, como Madre amorosísima que es, lo lleva en brazos y lo protege de quien quiera hacerle daño. Pero también, como dijimos, lo estrecha contra su pecho, como queriendo fundirlo con su Corazón Inmaculado, para que el Niño, por así decirlo, se alimente del amor del Corazón de la Virgen y, si fuera posible, viva dentro de su Inmaculado Corazón.
         Lo mismo quiere hacer la Virgen con todos y cada uno de nosotros: así como lo lleva al Niño Dios en sus brazos, y así como lo estrecha contra su Corazón Inmaculado, así quiere la Virgen llevarnos en sus brazos y estrecharnos contra su Corazón, para que experimentemos su amor de Madre celestial.

         Esto está muy bien, y es algo hermosísimo, pero algunos dirán: “¿Y qué pasa conmigo, que ya soy grande? La Virgen no me puede llevar en sus brazos”. A esto respondemos con las palabras de Jesús: “Lo que es imposible para los hombres, es posible para Dios”. Si ya hemos crecido y hemos aumentado de estatura, es verdad que la Virgen no nos puede llevar en sus brazos, pero hay un modo en el que sí puede llevarnos entre sus brazos, sin importar la edad, y es llevándonos espiritualmente. Sin embargo, para que la Virgen nos pueda llevar espiritualmente entre sus brazos, necesitamos “ser niños”, como nos pide Jesús: “Quien no sea como niño, no entrará en el Reino de los cielos” (Mt 18, 3). “Ser como niños” quiere decir que, aunque seamos grandes, podemos tener la inocencia y la pureza de cuerpo y alma que tiene un niño recién nacido, y esto lo conseguimos por la gracia que se nos da en los sacramentos, ante todo, la Confesión sacramental y la Eucaristía. Por la gracia, podemos ser espiritualmente como niños, porque la gracia nos hace participar de la pureza y de la inocencia del Niño Dios. Por la gracia, somos como el Niño Dios, y ahí sí que la Virgen puede llevarnos espiritualmente entre sus brazos, y estrecharnos contra su Inmaculado Corazón, para hacernos sentir su amor maternal. Con Jesús y María, nada debemos temer, absolutamente nada.

jueves, 3 de agosto de 2017

Nuestra Señora de la Eucaristía quiere que recibamos a su Hijo por la Comunión Eucarística


         Dicen los santos que cuando un alma se acerca a María, recibe a Jesús, y esto es lo que sucede también con la Virgen de la Eucaristía: quien se acerca a la Virgen de la Eucaristía, recibe a Jesús, pero lo recibe de una manera particular: espiritualmente, porque la Virgen da a su Hijo a todo aquel que se acerca a Él con un corazón contrito y humillado, y sacramentalmente, porque en el caso de la advocación de Nuestra Señora de la Eucaristía, la Virgen lo que desea es que el alma reciba a su Hijo, además de un modo espiritual, en la Eucaristía, es decir, sacramentalmente, por medio de la comunión eucarística.
         Ahora bien, con la Virgen sucede lo que sucede con una madre que tiene en sus brazos a su hijo amado, y lo quiere compartir un rato con alguien a quien ama: así como no se puede tomar al niño con manos llenas de barro, porque el niño se ensuciaría, así también el alma no puede recibir a Jesús Eucaristía, manchada con esa mancha espiritual que es el pecado. Por eso mismo, es necesaria la Confesión Sacramental, para limpiar el alma y dejarla resplandeciente, con el brillo mismo y el perfume de la gracia de Dios, para que Jesús Eucaristía pueda entrar en nuestros corazones y concedernos todas las gracias que desea darnos, además del Amor de su Sagrado Corazón Eucarístico.

         “Quien se acerca a María, recibe a Jesús”, dicen los santos. Quien se acerca a Nuestra Señora de la Eucaristía, recibe la gracia de amar la Confesión Sacramental, para tener un alma limpia y así poder recibir a Aquel que es más grande que los cielos eternos, el Dios del sagrario, Jesús Eucaristía. Y una vez con Jesús en el corazón, el alma recibe todo tipo de gracias, la principal de todas, el desear no apartarse nunca de la comunión eucarística, por medio de la cual recibe al Rey de los cielos, Nuestro Señor Jesucristo.

miércoles, 28 de junio de 2017

Para la Virgen, su Hijo Jesús era lo que más amaba y todo lo que tenía en la vida


(Homilía para niños de Primaria)

         Desde que el Arcángel Gabriel le dijo a la Virgen que Dios Padre la había elegido para que sea la Mamá de Dios Hijo, para la Virgen no hubo nada en el mundo que amara, sino a su Hijo Jesús y si amaba algo que no fuera Jesús, lo amaba para Él y por Él. La Virgen siempre estaba pensando en Jesús, en cómo cuando Él, cuando fuera grande, iba a entregar su Cuerpo en la Cruz y derramar su Sangre por sus heridas, para salvar a todos los hombres. Cuando Jesús estaba en su panza, y era más chiquitito que una cabeza de alfiler, la Virgen le cantaba canciones para niños y soñaba con el día en el que lo iba a abrazar. Mientras tanto, y como hace toda mamá con su hijo en la panza, lo alimentaba en el interior de la panza, para que Jesús fuera creciendo y, de una célula pequeñita, se fuera haciendo un bebé cada vez más grande. Y cuando nació milagrosamente en Belén, la Virgen lo envolvió en pañales y le dio el calor de su Corazón Purísimo, y después, cuando Jesús iba creciendo, en todo momento, la Virgen estaba siempre pendiente de su Hijo Jesús, y cuando no lo veía, siempre pensaba en Él y lo amaba con todo el amor de su Corazón. Cuando Jesús ya fue grande y se fue a predicar, también la Virgen lo acompañaba con su oración, y cuando lo crucificaron, fue la única que se quedó todo el tiempo, al lado de la cruz, ofreciéndolo al Padre para nuestra salvación, aun cuando eso quería decir que Ella se moría en vida, porque Jesús era la vida de su Corazón. Y cuando Jesús murió, la Virgen lo recibió cuando lo bajaron de la cruz, y lavó sus heridas, la tierra, y la sangre que las cubrían, con sus lágrimas, porque era tanto el llanto de la Virgen, que con sus lágrimas lavó todo el Rostro de Jesús. Y cuando a Jesús lo sepultaron, la Virgen estuvo haciendo duelo el Viernes y el Sábado, esperando la Resurrección, y se alegró mucho cuando Jesús resucitó, porque fue la primera a la que se le apareció. Desde que Jesús estuvo en su panza, después que el ángel le anunció que iba a ser Madre de Dios, y durante toda la vida de Jesús, hasta su muerte en cruz y resurrección, la Virgen tuvo un solo pensamiento: Jesús, y un solo amor: Jesús. Es por esto que, a cada segundo, y en cada respiro, la Virgen repetía una sola frase: "Jesús, te amo".

         Al igual que la Virgen de la Eucaristía, que también nosotros tengamos un solo pensamiento en nuestra vida: Jesús Eucaristía, y también un solo amor en el corazón: Jesús Eucaristía, y junto con la Virgen, digamos siempre: "Jesús Eucaristía, te amo".

viernes, 23 de junio de 2017

La Virgen de la Eucaristía nos pide que hagamos lo que Jesús nos dice


(Para niños)

         Un día, Jesús y su Mamá, la Virgen, fueron a una fiesta de casamiento, porque los novios eran amigos suyos. Cuando estaban en la fiesta, la Virgen se dio cuenta que a los novios se les había terminado el vino, por lo que la fiesta se iba a arruinar. Entonces, le dijo a Jesús, pero Jesús no quería hacer ningún milagro, porque su Papá le había dicho que todavía no había llegado la Hora de que Él hiciera milagros delante de todos. Pero la Virgen lo miró con sus dulces y hermosos ojos, y le volvió a pedir a Jesús, y entonces Jesús, que no puede resistirse a la mirada de amor de su Mamá, le dijo que sí iba a hacer el milagro, porque Ella se lo pedía. Y antes que Jesús le diga que sí, también Dios Padre le dijo permiso a Jesús para que hiciera el milagro, para que Jesús pudiera demostrar a todos el Amor de Dios. Cuando Jesús le dijo que sí iba a hacer el milagro, la Virgen le dijo a los sirvientes: “Hagan lo que Él les diga”. Entonces Jesús mandó que llenaran unas tinajas de piedra con agua, hasta el borde, y cuando los sirvientes lo hicieron, Jesús transformó el agua en un vino exquisito, tan rico, que el jefe de los mozos lo probó y sin saber que Jesús había convertido el agua en vino, le dijo al novio que era el mejor vino que había probado. Y los novios, entonces, pudieron seguir con su fiesta de casamiento, alegres porque tenían un vino exquisito para convidar a sus amigos. Este milagro de convertir el agua en vino, lo hizo Jesús con su poder, para que nosotros nos demos cuenta que Él es Dios y que tiene el poder de hacer un milagro todavía más grande, y es el de transformar el vino de la Misa en su Sangre.
         Este milagro nos muestra el poder que tiene la Virgen delante de Jesús, que es Dios: es el poder del amor de su Corazón de Mamá, y es tan fuerte su amor de Mamá, que Jesús no le niega nada de lo que su Mamá le pide. Entonces, cuando necesitemos algo de Jesús, no dudemos en acudir a nuestra Mamá del cielo, la Virgen, para que Ella interceda ante Jesús por nosotros, y así conseguiremos de Jesús todos los milagros que Jesús quiere hacer en nuestras vidas. Pero también, cuando simplemente tengamos el deseo de decirle a Jesús que lo amamos, se lo digamos primero a la Virgen, para que Ella le diga a Jesús, de parte nuestra, que lo amamos mucho. Y Jesús hará un milagro más grande que convertir el agua en vino: convertirá nuestro amor a Él, que es pequeño, en un amor tan grande, que llegue hasta el cielo.

         Todos juntos le vamos a rezar esta oración a Nuestra Señora de la Eucaristía: “Virgen María, Nuestra Señora de la Eucaristía, te pedimos que le digas a Jesús que lo amamos mucho y que proteja siempre a nuestras familias. Nosotros te prometemos, Mamá de Jesús y Mamá nuestra, que vamos a hacer siempre lo que Jesús nos diga. Amén”.

jueves, 22 de junio de 2017

La Virgen de la Eucaristía es una Madre amorosa que quiere que recibamos a su Hijo en nuestros corazones



         En la imagen de la Virgen de la Eucaristía, vemos cómo la Virgen, que está de pie, se nos acerca, para entregarnos a su Hijo, para que lo llevemos en nuestros brazos. Es como cuando una mamá lleva a su pequeño hijito en brazos y, cuando algún familiar, o amigo, o conocido, se acerca, le alcanza a su hijito, para que este lo tenga entre sus brazos por un momento. En este caso, es lo mismo, solo que la Virgen es la Madre de Dios, y es también nuestra Madre del cielo, y el Niño Jesús no es un niño más, sino el Niño Dios. Y si observamos un poco, el Niño trae uvas, para convidarnos, para que saboreemos esas uvas, que son exquisitas. La dulzura de las uvas que trae el Niño Dios, representan la dulzura del Amor de Dios, que es el Espíritu Santo. Entonces, la Virgen de la Eucaristía viene a visitarnos, para que abramos nuestros corazones de par en par y recibamos a su Hijo Jesús, quien a su vez nos hará gustar, no la dulzura de unas ricas uvas, sino la dulzura del Amor de su Sagrado Corazón. No tengamos miedo ni tampoco seamos indiferentes a la Virgen de la Eucaristía, que lo único que desea es darnos a su Hijo Jesús y su Hijo Jesús, lo único que desea, es darnos el Amor de su Corazón. Abramos las puertas de nuestros corazones de par en par, para recibir a la Virgen de la Eucaristía y a su Hijo Jesús, y les pidamos que nunca, pero nunca, se vayan de nuestros corazones.

jueves, 8 de junio de 2017

Cuál es el deseo más profundo de Nuestra Señora de la Eucaristía


         
         La mayoría de las veces, nos acercamos a la Virgen para pedirle favores, como por ejemplo, salud, trabajo, paz en la familia. Algunas, pocas veces, nos acercamos para agradecerle por algún favor recibido. Pero pocas o casi ninguna vez nos acercamos para recibir lo que la Virgen quiere darnos. La Virgen quiere concedernos las gracias que le pedimos, si son necesarias para nuestra eterna salvación, pero ante todo, el deseo más profundo de su Inmaculado Corazón es el de darnos algo que va más allá de cualquier gracia que seamos capaces siquiera de concebir. La Virgen quiere darnos algo que es infinitamente más grande que cualquier gracia que podamos pedirle; es algo infinitamente más valioso que el universo entero, comprendidas su creación visible y la invisible, los ángeles. La Virgen quiere darnos algo tan, pero tan inmensamente grande, maravilloso y hermoso, que si pudiéramos contemplarlo con los ojos del cuerpo, moriríamos en el acto de amor y de alegría. La Virgen quiere que, al acercarnos a Ella, no solo le pidamos por lo que necesitamos, sino que le pidamos aquello que Ella tiene para ofrecernos y desea, con todo el amor de su Inmaculado Corazón, que lo recibamos.
         ¿Qué es lo que la Virgen quiere darnos y que supera todo lo que podemos pensar o imaginar? ¿Qué es eso tan valioso que la Virgen quiere darnos, y que vale más que el universo, los ángeles y todos los cielos eternos juntos? Para saberlo, contemplemos la imagen de Nuestra Señora de la Eucaristía: la Virgen se acerca a quien la contempla y se inclina ligeramente hacia adelante, para darle, a quien se le acerca, a su Niño Jesús. Y el Niño quiere convidarnos uvas, que simbolizan su Sangre, porque con las uvas se hace el vino y el vino, en la Misa, se convierte en su Sangre. El deseo más profundo de la Virgen de la Eucaristía, es que recibamos, con el corazón lleno de fe y de amor, a su Niño Jesús, en nuestros corazones, para que el Niño Jesús nos convide con la dulzura de las uvas transformadas en el Vino de la Nueva Alianza, la Sangre de su Corazón, que contiene el Amor de Dios, el Espíritu Santo.
Ahora bien, todo esto, que Nuestra Señora de la Eucaristía quiere darnos espiritualmente, eso mismo nos lo da la Santa Madre Iglesia, de quien la Virgen es Madre y Modelo, sacramentalmente: así como la Virgen quiere darnos a su Hijo Jesús, para que recibamos su Cuerpo y las uvas que trae entre sus brazos, así la Santa Madre Iglesia quiere, por medio de la Transubstanciación obrada en la Misa, darnos el Cuerpo de Jesús, resucitado y glorificado en la Eucaristía, y su Sangre, que es el Vino de la Eterna y Nueva Alianza. No nos acerquemos a la Virgen solo para pedirle favores y gracias, ni tampoco solo para agradecerle por los favores y gracias que ya hayamos recibido. Se cuenta de un devoto de la Virgen, que vencido por las tentaciones, le dijo a la Virgen: “Señora, ¿por qué no me ayudaste lo suficiente?”. Y escuchó una voz que le dijo: “¿Y tú, por qué no me invocaste lo suficiente?”. De la misma manera, la Virgen nos podría decir: “¿Por qué no pides que te dé el regalo más grande que deseo darte?”. A partir de entonces, comenzó a invocar con más frecuencia a la Madre de Dios y en poco tiempo se convirtió, para luego morir como un santo[1]. Acerquémonos para recibir Aquél a quien la Virgen quiere darnos, y es su Hijo Jesús en la Eucaristía. Y así podremos satisfacer el deseo más profundo del Inmaculado Corazón de María.


[1] Cfr. Eliécer Sálesman, Ejemplos Marianos. 234 Casos históricos interesantes, Editorial San Pablo, Ecuador 2006, 204.

jueves, 1 de junio de 2017

Quién es el Niño que nos trae la Virgen de la Eucaristía


         El Niño que nos trae Nuestra Señora de la Eucaristía entre sus brazos, tiene unos dos o tres años. Como todo niño, comenzó su existencia terrena en el útero de María, como un cigoto, es decir, como una célula fecundada, tal como sucede en los embarazos humanos. Sin embargo, la particularidad de su concepción, es que los cromosomas y genes pertenecientes al padre, no fueron aportados por hombre alguno, sino que fueron creados de la nada, por la omnipotencia divina, para poder así completar su carga genética. La razón es que el Niño que nos trae la Virgen, no es como un niño humano más, sino que es Dios Hijo encarnado, esto es, unido personalmente –hipostáticamente- a una naturaleza humana.
         Esto significa que el Niño tiene dos naturalezas, una divina, que le pertenece por ser el Hijo de Dios, es decir, la Segunda Persona de la Trinidad, y una humana, por haber sido creada esta naturaleza en el momento de su concepción, sin que ninguna de ambas naturalezas esté mezclada con la otra, ni se confundan la una con la otra. Desde el momento de la concepción, el Niño tenía conciencia de ser Él Dios Hijo, y esa es la razón por la que se lo llama “Niño Dios”, porque es Dios Hijo que se une a una naturaleza humana y viene a nosotros como un Niño, sin dejar de ser Dios.
         En la imagen de Nuestra Señora de la Eucaristía, el Niño, como dijimos, tiene unos dos o tres años, y esto significa dos cosas: por un lado, que si Dios viene como un cigoto, como un embrión, como un niño pequeño, es para que no tengamos excusas en acercarnos a Él, ya que no viene en el esplendor de su gloria, sino, precisamente, como un Niño pequeño, y nadie tiene temor de acercarse a un niño pequeño. El otro significado tiene relación con la Virgen: como Madre de Dios, la Virgen sostiene entre sus brazos a Dios hecho Niño, lo cual significa que sus brazos son fuertes, tan fuertes como para sostener y estrechar, contra su Corazón a un Dios. Y si la Virgen hace esto con el Niño Dios, también lo hará con nosotros, que somos sus hijos adoptivos y que, para entrar en el Reino de los cielos, debemos ser “como niños”, con la inocencia y la pureza de la niñez, que solo la obtenemos por la gracia santificante. Entonces, tenemos que pedirle a la Virgen de la Eucaristía la gracia de querer ser como niños espiritualmente –lo cual no significa ser infantiles-, para que Ella nos lleve entre sus brazos, nos estreche contra su Inmaculado Corazón, y nos conduzca al Reino de Dios. Y para ser como niños espiritualmente, tenemos que recibir la gracia y la gracia la recibimos por los Sacramentos, principalmente la Confesión sacramental y la Eucaristía.

         Nuestra Señora de la Eucaristía nos enseña que, así como un niño pequeño, que acaba de golpearse y a causa del golpe comienza a llorar y a buscar el consuelo de su madre, así también debemos hacer nosotros, cuando nos suceda alguna tribulación: acudir, como niños pequeños, a los brazos de Nuestra Madre del cielo y Ella, con todo su amor materno, nos llevará entre sus brazos, nos estrechará contra su Inmaculado Corazón y nos hará conocer a su Hijo, el Niño Dios, que trae uvas en sus pequeñas manos. Nuestra Señora de la Eucaristía nos trae a Dios, que viene como un Niño que nos convida uvas, para que sepamos que Dios nos ama y que siempre podemos y debemos confiar en Él.

miércoles, 24 de mayo de 2017

Las uvas que trae el Niño representan la Sangre de su Corazón y en su Sangre está el Amor de Dios


      
         Cuando contemplamos la imagen de Nuestra Señora de la Eucaristía, algo que nos llama la atención es el racimo de uvas que trae el Niño Dios, ayudado por su Madre. En efecto, entre los bracitos de Jesús, se destaca un gran racimo de uvas rojas, exquisitas. Podríamos pensar que es un gesto de delicadeza y amor de la Virgen y el Niño para quien se les acerca a ellos, de la misma manera a como una madre con su hijo quieren convidar con algo rico y dulce a quienes los van a visitar. Así sucede con quien se acerca a la Virgen de la Eucaristía y el Niño: ellos le convidan con algo, más que apetitoso, exquisito, pero es algo que no puede ser encontrado en esta tierra, porque viene del cielo. No se trata de uvas, ni tampoco de vino: se trata de la Sangre del Corazón del Niño Jesús, representada en las uvas, porque con las uvas se hace vino y el vino, en la Santa Misa, se convierte en la Sangre de Jesús, la misma Sangre que Él derramó hace veinte siglos en el Calvario, a través de sus heridas y su Corazón traspasado por la lanza.
         Entonces, las uvas que trae el Niño Jesús, representan la Sangre de su Corazón, y Él tiene tanto, pero tanto deseo de que bebamos de su Sangre, que permitió que su Corazón fuera traspasado por la lanza en la cruz, para que se derrame sobre nuestros corazones y nos dé el Amor de Dios, el Espíritu Santo. ¿Cómo llega a nosotros la Sangre de Jesús que brotó de su Corazón traspasado? Nos llega por medio de la Santa Misa, porque es misma Sangre que salió de su Corazón cuando el soldado romano lo atravesó con la cruz, es la misma Sangre que está en el Cáliz y en la Eucaristía.
Por un maravilloso milagro, que no podemos comprender pero que realmente sucede en la Misa y se “Transubstanciación”, el pan se convierte en el Cuerpo de Jesús y el vino, que se hace con las uvas que trae el Niño, se convierte en su Sangre, en la Sangre de Jesús. Cuando comulgamos, cuando recibimos la Eucaristía, bebemos de esta Sangre de Jesús, que es el Vino de la Alianza Nueva y Eterna, aun cuando no sintamos gusto, ni a sangre, ni a vino, sino solamente a pan. Al comulgar, el sentido del gusto sólo percibe el gusto a pan, y la vista sólo ve algo que tiene la apariencia de pan, pero más allá de lo que vemos, lo que hay realmente en la Eucaristía, es el Cuerpo y la Sangre glorificados de Jesús, porque el Espíritu Santo ha obrado el milagro de convertir el pan en su Cuerpo y el vino en su Sangre, dejando solo los accidentes del pan y el vino –el gusto, el sabor, el peso, etc.-, pero convirtiéndolos “por dentro”, en el Cuerpo y la Sangre de Jesús.
Por último, supongamos que nos apetecen las uvas, al punto de que son nuestra fruta preferida: ¿qué diríamos si una mamá y su hijo, con todo cariño y amor, nos ofrecieran unas uvas exquisitas, riquísimas, deliciosas, unas uvas que son las más ricas del mundo, y nos las ofrecieran sólo para que nos deleitáramos? Si nos gustan las uvas, pero las rechazamos, entonces algo no estaría bien en nosotros. Lo mismo sucede con la Virgen de la Eucaristía y su Hijo: Nuestra Señora de la Eucaristía y el Niño Jesús no nos traen uvas: nos traen la Sangre del Corazón de Jesús, contenida en la Eucaristía y esta Sangre Preciosísima nos comunica la Vida y el Amor de Dios, que es lo más hermoso que nos puede pasar en esta vida. Estamos deseosos de amor, y Nuestra Señora de la Eucaristía y Jesús nos quieren colmar con el Amor de Dios, pero para eso, debemos beber de la Sangre del Corazón de Jesús, el Vino de la Alianza Nueva y Eterna, Vino que se hace con las uvas y que por el poder de Dios se convierten en la Sangre de Jesús. Estamos deseosos de amor; la Virgen de la Eucaristía quiere darnos el Amor del Corazón de su Hijo, contenido en el Vino del Cáliz de la Misa. ¿Qué esperamos para saciar nuestra sed de amor, con el Amor de Jesús, contenido en la Eucaristía?

jueves, 18 de mayo de 2017

Quien acude a la Virgen de la Eucaristía, recibe lo más hermoso de esta vida, Jesús Eucaristía


         Dicen los santos que quien acude a María, recibe a Jesús. Es como cuando alguien, desde un valle elevado, se para delante de la pared de una montaña y da un grito: las paredes de la montaña le devuelven el eco de sus palabras, con lo cual escucha su misma palabra, pero como si fuera dicha por la montaña. Con la Virgen sucede algo similar, sólo que si nosotros decimos “María”, Ella dice “Jesús”, de manera tal que, siempre que acudimos a la Virgen, obtenemos como respuesta su Hijo Jesús. Como en el ejemplo anterior, si estuviéramos delante de una montaña que nos devuelve el eco de nuestras palabras, dijéramos “María”, pero en vez de escuchar el eco que, rebotando nuestras palabras, nos dijera “María”, escucháramos que, cada vez que decimos “María”, el eco nos dice “Jesús”.
         Esto mismo sucede con Nuestra Señora de la Eucaristía: al acudir a Ella, la Virgen nos da a su Hijo Jesús, pero no de cualquier manera. ¿De qué manera nos da a su Hijo Jesús? Nos da a su Hijo Jesús de muchas maneras, o más bien, antes de darnos a su Hijo Jesús, cuando acudimos a Ella, la Virgen nos da otras cosas: aumenta nuestra fe en Jesús; aumenta nuestro deseo de conocer y amar cada vez más a Jesús, en su Persona, en su vida, en sus milagros, pero sobre todo, en la Eucaristía; nos da el deseo de conocerlo para imitarlo y para ser una copia viviente de Jesús y de su Sagrado Corazón Eucarístico. Luego de todo esto, la Virgen nos da a su Hijo Jesús, pero no de manera imaginaria, sino real, porque nos da a Jesús en su Presencia Eucarística, que es real, verdadera y substancial.
         ¿Por qué es importante acercarnos a la Virgen de la Eucaristía? Porque si vemos la Eucaristía con nuestros propios ojos, sólo veremos un poco de pan y nuestro amor por Jesús será muy escaso o, prácticamente, nulo. En cambio, si nos acercamos a Ella, la Virgen nos hará ver a su Hijo Jesús en la Eucaristía, con sus propios ojos y nos hará amarlo con su mismo Amor.
         La Virgen María, Nuestra Señora de la Eucaristía, contestará a todas y cada una de nuestras peticiones, si es que son convenientes para nuestra eterna salvación, pero hará algo mucho más hermoso que darnos lo que le pedimos, aún cuando lo que le pidamos sea algo bueno y necesario para nuestra salvación: nos dará a su Hijo Jesús en la Eucaristía. Digamos a la Virgen de la Eucaristía: “María” y Ella nos dirá: “Jesús Eucaristía”. Y recibir a Jesús Eucaristía es lo mejor que puede pasarnos, porque conocer y amar a Jesús Eucaristía, es lo mejor que tiene esta vida.


jueves, 11 de mayo de 2017

¿Qué sucede cuando dejamos entrar a la Virgen a nuestros corazones?


        
Por qué la Virgen quiere entrar en nuestros corazones

Podría pensarse que lo primero que sucede, es que se solucionen de un día para otro todos nuestros problemas –por ejemplo, le pedimos que nos cure de tal enfermedad, que nos solucione tal situación que nos aqueja, etc.-, pero aunque la Virgen sí puede hacerlo y lo hará sin ninguna duda si eso que pedimos es lo más conveniente para nosotros, con toda seguridad no lo hará en el tiempo y en la forma en que nosotros pensamos y queremos, por lo que puede suceder que continuemos, todavía por un tiempo, con muchas situaciones que pueden mortificarnos. En otros casos, sí, la Virgen concederá de modo instantáneo las gracias que se piden; lo que es seguro es que siempre escuchará todas y cada una de las peticiones que le hagamos y que no dejará de atender por ellas, aunque, como lo dijimos, no sea en el tiempo y la forma en que nosotros lo deseamos. Sin embargo, lo más importante de la presencia de la Virgen en nuestras vidas, no es que nos conceda tal o cual favor, porque si la Madre de Dios quiere entrar en nuestras vidas, no es para simplemente “solucionarnos los problemas”, sino para concedernos algo infinitamente más grande que la concesión de diversos favores, y para saber qué es, usemos primero un poco la imaginación.
Imaginemos que nos encontramos en una habitación, llena de objetos, pero cuyas ventanas y puertas están tan cerradas, que no dejan entrar la luz del sol; además, tampoco hay luz eléctrica ni de ninguna otra clase, por lo que está todo tan oscuro, que apenas podemos distinguir nuestra propia mano. Imaginemos que luego una de las ventanas comienza a abrirse, y como afuera es un día de sol, como de primavera, entra por la hendija un pequeño rayo de sol, lo cual permite que los objetos de la habitación ya se puedan vislumbrar mucho mejor que antes; un poco más tarde, tanto las ventanas, como también la puerta, se abren por completo, entrando de lleno la luz del sol e iluminando con tanta intensidad la habitación, que nos da la impresión de que el mismo sol estuviera dentro.
¿Qué significa esta imagen? Cada elemento de la imagen, tiene un significado espiritual y sobrenatural: la habitación cerrada y a oscuras, es nuestro corazón que, sin la gracia de Dios, está a oscuras; las tinieblas son, principalmente, el error, el desconocimiento y el desamor hacia la Presencia real y verdadera de Jesús en la Eucaristía, es decir, a pesar de haber hecho la Comunión y la Confirmación, no sabemos bien o no terminamos de creer que Jesús esté vivo en la Eucaristía y, por lo tanto, no lo amamos en su Presencia Eucarística, según el dicho: “Nadie ama lo que no conoce”; el rayo de sol que entra e ilumina, es un rayo de luz, pero no es el sol, y así significa la entrada de la Virgen en nuestras almas, porque al estar “recubierta de sol”, como dice el Apocalipsis, su presencia es luminosa, aunque no es en sí misma el Sol de justicia, Jesucristo; las ventanas que se abren, son nuestros corazones cuando, al recibir la gracia de conocer a la Virgen, le damos lugar a que la Virgen ingrese en nuestras vidas, la vida cotidiana, de todos los días; la luz del sol que entra cuando las ventanas se abren y el sol mismo que entra en la habitación es Jesucristo, Sol de justicia, que ingresa en el alma cuando dejamos entrar a la Virgen, así como después del rayo de sol entra toda la luz del sol, al abrirse totalmente las ventanas y la puerta de la habitación. Es esto entonces lo que sucede cuando permitimos a María entrar en nuestras vidas: mucho más que “solucionarnos” los problemas, lo que desea la Virgen es que le abramos las ventanas y puertas del alma para que con Ella entre su Hijo Jesús.
Dicho de otras maneras, lo que sucede con la habitación del ejemplo, es lo que sucede en nuestras vidas cuando dejamos entrar a la Virgen: pasamos de la oscuridad a la luz, porque Ella nos trae a su Hijo Jesús, que disipa las tinieblas que nos rodean y envuelven continuamente, las tinieblas del pecado, del error y, sobre todo, de la ignorancia y el desamor acerca de la Presencia de su Hijo Jesús en la Eucaristía y así la Virgen nos hace conocer y amar a su Hijo en la Eucaristía, pero no según nuestra naturaleza, sino como Ella lo conoce y ama, es decir, con su misma Inteligencia y con el Amor de su Inmaculado Corazón.
Por esta razón, no es indistinto dejar o no dejar entrar a la Virgen: si no la dejamos entrar, permanecemos a oscuras y alejados de Jesús; si la dejamos entrar, con Ella viene el Sol de justicia, Jesús, que vence a las tinieblas de nuestros corazones, con la luz de su gracia.

Hagamos el propósito entonces de abrirle nuestros corazones a Nuestra Señora de la Eucaristía, y con Ella vendrá su Hijo, Jesús Eucaristía, que iluminará nuestras vidas con la luz de su gloria.

jueves, 4 de mayo de 2017

Los milagros que hace Nuestra Señora de la Eucaristía


         Cuando nosotros presentamos nuestras intenciones a la Virgen, ¿de qué manera responde la Madre de Jesús a nuestros pedidos? ¿Qué milagros hace Nuestra Señora de la Eucaristía? ¿Puede hacer milagros? Para saberlo, veamos qué dice el Evangelio de la Virgen en las Bodas de Caná: allí, se les termina el vino a los novios, entonces la Virgen, dándose cuenta de esto, le avisa a Jesús: “Hijo, no tienen más vino”, con el propósito de que Jesús interviniera e hiciera algo en favor de los novios, que eran amigos suyos. Pero Jesús no quería hacer ningún milagro, porque no había llegado la Hora autorizada por el Padre para que Él hiciera milagros en público. Hasta entonces, Jesús había hecho muchos milagros, pero en secreto, no en público. Por eso Jesús le dice a su Mamá: “Mujer, ¿a ti y a Mí qué?”, como si le dijera: “Mamá, si se les terminó el vino es problema de ellos, no nos incumbe, ni a ti ni a Mí. Todavía no llegó mi hora”. Pero Jesús no le puede negar nada a su Madre, y por eso es que, a renglón seguido, el Evangelio cita a la Virgen, diciendo: “Hagan lo que Él les diga”. Jesús les hace traer las tinajas de piedra, les dice que las llenen de agua y hace el milagro y convierte el agua en vino y vino del mejor, tanto que el maestresala felicita a los novios por la calidad del vino: “Has reservado el mejor vino para lo último”.
         El primer milagro público de Jesús está precedido por la intercesión de la Virgen ante Jesús, que logra que Jesús haga el milagro, cuando aún no había llegado la Hora autorizada por el Padre para que Él manifestara su Amor por medio de sus milagros. Es decir, la Virgen intercede ante Jesús y, por medio de Jesús, ante Dios Padre y Dios Espíritu Santo, y logra que Jesús haga un milagro, aún cuando no quería hacerlo. Ese milagro de Caná, anticipa el milagro de la Misa, en donde Jesús no convierte agua en vino, sino que convierte el pan en su Cuerpo y el vino en su Sangre. Como es un milagro que anticipa la Eucaristía, ya desde ese entonces, la Virgen se llama “Nuestra Señora de la Eucaristía”.

         De la misma manera, así como la Virgen obró a favor de los novios, así Nuestra Señora de la Eucaristía obrará milagros insospechados en nuestras vidas, si nosotros nos encomendamos a Ella y le pedimos su intercesión, porque aunque Jesús no quiera concedernos un milagro, Ella obtiene de su Hijo todo lo que le pide para nosotros, si eso es conveniente para nuestra salvación, y es por eso que debemos encomendarnos a Ella y pedirle las gracias que necesitemos para nuestras vidas. Pero el milagro principal que hará la Virgen de la Eucaristía en nuestras vidas, será Eucarístico, porque hará que nuestros corazones amen a su Hijo, Jesús Eucaristía, más que a cualquier cosa en el mundo.

jueves, 27 de abril de 2017

Qué sucede cuando nos visita Nuestra Señora de la Eucaristía


         ¿Qué sucede cuando nos visita Nuestra Señora de la Eucaristía? Para saberlo, recordemos qué sucedió en la Visitación de la Virgen a su prima Santa Isabel, según lo relata el Evangelio (cfr. Lc 1, 39-45). Como sabemos, tanto Isabel como la Virgen, que eran primas, estaban encintas, aunque la Virgen lo era por obra del Espíritu Santo, y no por obra de hombre. La Virgen, a pesar de estar embarazada, emprendió un largo viaje hacia el hogar de Santa Isabel, para asistir a su prima, que ya era anciana. En esta Visita, la Virgen fue la causa de la alegría, tanto de Santa Isabel, como de Juan el Bautista, que estaba en el vientre de Santa Isabel, y la razón de la alegría de ambos, fue la Presencia de Jesús, que venía con María. El Evangelio dice que cuando Santa Isabel vio a la Virgen, exclamó, “llena del Espíritu Santo”: “¿Quién soy yo, para que la Madre de mi Señor venga a visitarme?”. Es decir, Santa Isabel no la saluda con un simple saludo, como sucede entre parientes, y eso a pesar de que era su prima: la saluda como “Madre de mi Señor”, que es igual a decir: “Madre de Dios”, y esto lo hace porque está iluminada por el Espíritu Santo. Y cuando Juan el Bautista escuchó que venía la Virgen, “saltó de alegría” en el seno de su madre, Santa Isabel, y esto porque era también el Espíritu Santo el que, enviado por Jesús, le hacía saber que Él era el Hijo de Dios y que venía con la Virgen.
         Es decir, la Visita de María trae siempre a Jesús, que es Dios, y con Jesús, viene el Espíritu Santo, y esta es la razón de la alegría que experimentan Santa Isabel y San Juan Bautista cuando la Virgen los visita.
         Esto mismo sucede cuando Nuestra Señora de la Eucaristía nos visita: así como la visitó a Santa Isabel, con su Hijo en su seno virginal, así nos visita con su Hijo Jesús en brazos, pero para con nosotros, demuestra un amor todavía más grande que para con su prima, porque a Santa Isabel no le dio el Cuerpo de su Hijo para comulgar, en cambio a nosotros, la Virgen nos trae a su Hijo Jesús, Presente en la Eucaristía, para que lo recibamos con el corazón abierto, de par en par, en estado de gracia, para que Jesús nos dé todo el Amor de su Sagrado Corazón, y para que nosotros, a cambio, le demos también todo el amor del que seamos capaces.

         Nuestra Señora de la Eucaristía nos visita para que, una vez purificados nuestros corazones por la gracia del Sacramento de la Penitencia, recibamos el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad de su Hijo Jesús, Presente en la Eucaristía, para que Jesús nos transmita su paz y su alegría, que son la Paz y la Alegría de Dios.

jueves, 20 de abril de 2017

El don de Nuestra Señora de la Eucaristía


         Cuando contemplamos la imagen de Nuestra Señora de la Eucaristía, observamos que se encuentra de pie y en posición de avanzar, dando un paso hacia adelante, con su rostro dirigido hacia quien la está contemplando. La Virgen también está ligeramente inclinada hacia adelante, y lleva entre sus brazos a su Hijo Jesús, quien a su vez lleva un racimo de uvas.
¿Qué nos dice esta imagen?
         Por un lado, la Virgen se dirige hacia nosotros, que la contemplamos; no está solamente erguida, sino que está en actitud de caminar hacia adelante y puesto que se inclina ligeramente, parece querer indicarnos que quiere que recibamos a su Hijo Jesús, que lleva sus uvas con Él. Es como el clásico gesto de una madre amorosa, que ama a su hijo, que sabe que su hijo es un niño bueno y quiere compartirlo con los demás, entregándolo para que estos a su vez lo abracen y puedan recibir el cariño del niño. Es esta la actitud de la Virgen, pero la Virgen no es una madre más entre tantas, sino que es la Madre de Dios, y su Hijo no es un niño más entre tantos, sino el Niño Dios, Dios Hijo que, tomando Cuerpo y Alma humanos, vive con su divinidad en la humanidad del Hijo de María Virgen.

         Esto quiere decir que, en el gesto de la Virgen, debemos ver, por un lado, el deseo de la Virgen de que nosotros recibamos a su Hijo, que es Dios, por la fe y por el amor, en nuestros corazones. La Virgen nos da a su Hijo, que es Dios Niño, para que sepamos que nada debemos temer de Dios, porque si Dios se ha hecho Niño y se nos dona a través del amor de su Madre, es para que no tengamos ni miedo ni recelo en acercarnos, porque sucede lo mismo que con una madre y su hijo pequeño: así como nadie tiene miedo ni recelo a un niño pequeño, así tampoco los cristianos debemos tener miedo ni recelo en abrir nuestros corazones y nuestras almas a Dios hecho Niño. Esto es para que sepamos que no solo debemos y podemos acudir a Dios, como si fuera un Niño, porque Dios se ha hecho Niño, cuando necesitamos algo, sino, ante todo, es para que sepamos que podemos contar con el Amor de Dios, que si Dios se ha hecho Niño, sin dejar de ser Dios, no es para otra cosa que para darnos su Amor. Pero también hay otro significado en la imagen de la Virgen: Ella es Madre y Modelo de la Iglesia, por lo que representa a la Iglesia, y así como Ella nos da el Cuerpo de su Hijo Jesús, que lleva las uvas con las que se hace el vino, así la Madre Iglesia nos da al Hijo de María Virgen, el Cuerpo de Jesús en la Eucaristía, y nos da el Vino que se hace con la Vid verdadera triturada en la Pasión, la Sangre de Jesús.      Al entregarnos el Cuerpo y también la Sangre de su Hijo, simbolizada en las uvas, la Virgen nos invita a que nos acerquemos a la Iglesia para que recibamos el Cuerpo y la Sangre de Jesús, la Eucaristía. Y, del mismo modo a como el Niño, al recibir su Cuerpo, nos da su Amor cuando lo tenemos entre nuestros brazos, así también, cuando recibimos el Cuerpo de Cristo en la boca, por la Comunión Eucarística, recibimos el Amor del Sagrado Corazón de Jesús, el Espíritu Santo.