En la imagen de la Virgen de la Eucaristía, vemos cómo la
Virgen, que está de pie, se nos acerca, para entregarnos a su Hijo, para que lo
llevemos en nuestros brazos. Es como cuando una mamá lleva a su pequeño hijito
en brazos y, cuando algún familiar, o amigo, o conocido, se acerca, le alcanza
a su hijito, para que este lo tenga entre sus brazos por un momento. En este
caso, es lo mismo, solo que la Virgen es la Madre de Dios, y es también nuestra
Madre del cielo, y el Niño Jesús no es un niño más, sino el Niño Dios. Y si
observamos un poco, el Niño trae uvas, para convidarnos, para que saboreemos
esas uvas, que son exquisitas. La dulzura de las uvas que trae el Niño Dios,
representan la dulzura del Amor de Dios, que es el Espíritu Santo. Entonces, la
Virgen de la Eucaristía viene a visitarnos, para que abramos nuestros corazones
de par en par y recibamos a su Hijo Jesús, quien a su vez nos hará gustar, no
la dulzura de unas ricas uvas, sino la dulzura del Amor de su Sagrado Corazón. No
tengamos miedo ni tampoco seamos indiferentes a la Virgen de la Eucaristía, que
lo único que desea es darnos a su Hijo Jesús y su Hijo Jesús, lo único que
desea, es darnos el Amor de su Corazón. Abramos las puertas de nuestros
corazones de par en par, para recibir a la Virgen de la Eucaristía y a su Hijo
Jesús, y les pidamos que nunca, pero nunca, se vayan de nuestros corazones.
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