La mayoría de las veces, nos acercamos a la Virgen para
pedirle favores, como por ejemplo, salud, trabajo, paz en la familia. Algunas,
pocas veces, nos acercamos para agradecerle por algún favor recibido. Pero
pocas o casi ninguna vez nos acercamos para recibir lo que la Virgen quiere
darnos. La Virgen quiere concedernos las gracias que le pedimos, si son
necesarias para nuestra eterna salvación, pero ante todo, el deseo más profundo
de su Inmaculado Corazón es el de darnos algo que va más allá de cualquier
gracia que seamos capaces siquiera de concebir. La Virgen quiere darnos algo
que es infinitamente más grande que cualquier gracia que podamos pedirle; es
algo infinitamente más valioso que el universo entero, comprendidas su creación
visible y la invisible, los ángeles. La Virgen quiere darnos algo tan, pero tan
inmensamente grande, maravilloso y hermoso, que si pudiéramos contemplarlo con
los ojos del cuerpo, moriríamos en el acto de amor y de alegría. La Virgen
quiere que, al acercarnos a Ella, no solo le pidamos por lo que necesitamos,
sino que le pidamos aquello que Ella tiene para ofrecernos y desea, con todo el
amor de su Inmaculado Corazón, que lo recibamos.
¿Qué es lo que la Virgen quiere darnos y que supera todo lo
que podemos pensar o imaginar? ¿Qué es eso tan valioso que la Virgen quiere
darnos, y que vale más que el universo, los ángeles y todos los cielos eternos
juntos? Para saberlo, contemplemos la imagen de Nuestra Señora de la
Eucaristía: la Virgen se acerca a quien la contempla y se inclina ligeramente
hacia adelante, para darle, a quien se le acerca, a su Niño Jesús. Y el Niño
quiere convidarnos uvas, que simbolizan su Sangre, porque con las uvas se hace
el vino y el vino, en la Misa, se convierte en su Sangre. El deseo más profundo
de la Virgen de la Eucaristía, es que recibamos, con el corazón lleno de fe y
de amor, a su Niño Jesús, en nuestros corazones, para que el Niño Jesús nos
convide con la dulzura de las uvas transformadas en el Vino de la Nueva
Alianza, la Sangre de su Corazón, que contiene el Amor de Dios, el Espíritu
Santo.
Ahora
bien, todo esto, que Nuestra Señora de la Eucaristía quiere darnos
espiritualmente, eso mismo nos lo da la Santa Madre Iglesia, de quien la Virgen
es Madre y Modelo, sacramentalmente: así como la Virgen quiere darnos a su Hijo
Jesús, para que recibamos su Cuerpo y las uvas que trae entre sus brazos, así
la Santa Madre Iglesia quiere, por medio de la Transubstanciación obrada en la
Misa, darnos el Cuerpo de Jesús, resucitado y glorificado en la Eucaristía, y
su Sangre, que es el Vino de la Eterna y Nueva Alianza. No nos acerquemos a la
Virgen solo para pedirle favores y gracias, ni tampoco solo para agradecerle
por los favores y gracias que ya hayamos recibido. Se cuenta de un devoto de la
Virgen, que vencido por las tentaciones, le dijo a la Virgen: “Señora, ¿por qué
no me ayudaste lo suficiente?”. Y escuchó una voz que le dijo: “¿Y tú, por qué
no me invocaste lo suficiente?”. De la misma manera, la Virgen nos podría
decir: “¿Por qué no pides que te dé el regalo más grande que deseo darte?”. A partir
de entonces, comenzó a invocar con más frecuencia a la Madre de Dios y en poco
tiempo se convirtió, para luego morir como un santo[1]. Acerquémonos
para recibir Aquél a quien la Virgen quiere darnos, y es su Hijo Jesús en la
Eucaristía. Y así podremos satisfacer el deseo más profundo del Inmaculado
Corazón de María.
[1] Cfr. Eliécer Sálesman, Ejemplos
Marianos. 234 Casos históricos interesantes, Editorial San Pablo, Ecuador
2006, 204.
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