Meditación
Todo en la imagen de Nuestra Señora de la Eucaristía
trasunta Amor: el amor de la Virgen, que nos dona a su Hijo Jesús, el fruto de
sus entrañas, aquello que más ama la Virgen y por lo que la Virgen daría su
vida una y mil veces y más todavía; el don de su Hijo es el don de su
Inmaculado Corazón, porque en el Corazón de la Virgen solo hay Amor y solo por
Amor es que nos da a su Hijo, para que Él sea la alegría de nuestras vidas y la
salvación de nuestras almas; es por el Amor de Dios que la inhabita desde su
Concepción Inmaculada, que la Virgen nos hace partícipes de su Hijo, en la
imagen como promesa y en la Eucaristía como realidad, para que recibiendo su
Cuerpo, su Sangre, su Alma y su Divinidad, seamos colmados de la gracia y del
Amor divinos; es por el Amor de Dios que la Virgen se nos acerca con su Niño en
brazos, para que nos deleitemos ante la Presencia de su Hijo, que es Dios hecho
Niño sin dejar de ser Dios, que es Dios que viene a nosotros en Cuerpo de Niño
y en brazos de una Madre, que viene a nosotros como Niño para que no temamos acercarnos
a Él, así como nadie teme acercarse a un niño pequeño.
La
imagen de Nuestra Señora de la Eucaristía trasunta el Amor del Hijo, porque el
Niño que ofrece las uvas es el Hijo al cual Ella le tejió, en su seno virginal,
una vestimenta de carne y de sangre, haciendo visible al Dios Invisible,
haciendo así posible el don de su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad en la
Eucaristía; es el Hijo Luz de Luz, al cual Ella encerró, cual diamante
celestial, en su seno virginal, para luego irradiar, desde Belén, la Luz eterna
sobre las tinieblas del mundo, del pecado y del infierno, venciéndolas para
siempre; es el Hijo que continúa derramando su Luz eterna desde la Eucaristía,
iluminando las tinieblas del alma que lo recibe con amor y fe; es el Hijo que,
naciendo de Ella en Belén, Casa de Pan, continúa donándose a sí mismo en el
Nuevo Belén, el altar eucarístico, como Pan Vivo bajado del cielo; es el Hijo de
Dios que, derramando su Sangre una vez en el Calvario a través de su costado
traspasado, continúa derramando su Sangre en la renovación incruenta del
Sacrificio de la Cruz, la Santa Misa, y con su Sangre derramada, efunde en ella
el Amor del Padre y del Hijo, el Espíritu Santo.
La
imagen de Nuestra Señora de la Eucaristía trasunta el Amor de Dios Padre,
porque es Dios Padre quien, por amor a los hombres, envía a su Hijo a
encarnarse en el seno virgen de la Madre; es el Amor del Padre el que lo lleva
a desprenderse del Hijo de su Amor, nacido en la eternidad en sus entrañas de
misericordia, para hacer visible en el Hijo la Misericordia Divina; es el Amor
del Padre el que lo lleva a donar a su Hijo en el Santo Sacrificio de la Cruz,
en el Calvario, y a renovar y perpetuar ese mismo sacrificio en el Santo Sacrificio
del Altar, el Nuevo Calvario, la Santa Misa; es el Amor del Padre el que lo
lleva a permitir la Muerte cruenta de su Hijo a manos de los hombres, para así
poder librarlos del Dragón infernal, darles el perdón, concederles la filiación
divina, infundirles su Amor Divino y conducirlos a su mismo seno en la
eternidad; es el Amor de Dios Padre el que lo lleva a resucitar a su Hijo en el
sepulcro, luego de haber muerto en la Cruz, para que el Hijo, así resucitado y
con su Cuerpo glorioso, done este Cuerpo lleno de la luz y de la gloria divina
en la Eucaristía, colmando al alma de amor y gloria celestial en cada comunión
eucarística.
La
imagen de Nuestra Señora de la Eucaristía trasunta el Amor de Dios, el Espíritu
Santo, porque es por Amor que Dios Padre envía a su Hijo a encarnarse en el
seno de María Santísima; es el Amor de Dios el que recibe a Dios Hijo en el
seno purísimo de María en la Encarnación; es el Amor de Dios el que lleva al
Hijo a subir a la Cruz en el Monte Calvario para entregar en la Cruz su Cuerpo,
su Sangre, su Alma y su Divinidad por la salvación de los hombres, y es el Amor
de Dios el que prolonga su sacrificio en el Nuevo Monte Calvario, el altar
eucarístico; es el Amor de Dios el que lleva a Jesús, el Cordero de Dios, a
entregarse todo Él, sin reservas, con su naturaleza humana glorificada y con su
Ser trinitario y con su Persona divina al alma que comulga, para soplar en el
alma que lo recibe con fe y con amor, al Espíritu Santo, el Amor de Dios, para
encenderla en el Fuego del Amor divino, como anticipo del ardor en el Amor de
Dios que experimentará el alma en los cielos eternos, cuando contemple al
Cordero cara a cara y por esta contemplación sea eternamente bienaventurado.
Todo,
en la imagen de Nuestra Señora de la Eucaristía, trasunta el Amor de Dios.
Intención para el Día 6 de la
Novena:
Nuestra Señora de la Eucaristía,
haz que nuestros corazones se conviertan en hogueras que ardan con el Fuego del
Amor Divino.
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