miércoles, 23 de octubre de 2013

Novena a Nuestra Señora de la Eucaristía (V)


         Meditación
         Con las uvas que trae el Niño, se hace el Vino de la Alianza Nueva y Eterna, el Vino que Dios Padre sirve en el Banquete celestial, Banquete que prepara para sus hijos pródigos. El Vino de la Misa es el producto de la conversión del vino de la vid terrena que se prepara en el altar antes de la consagración. En la Misa, el vino terrenal se convierte, por la acción del Espíritu Santo, en Vino de la Alianza Nueva y Eterna, la Sangre del Cordero, en un hecho prodigioso que deja sin habla a los ángeles del cielo. La conversión del vino terreno en la Sangre de Jesús está prefigurada en las Bodas de Caná, cuando por mediación de la Virgen, Jesús convierte el agua de las tinajas en vino del mejor, de calidad exquisita. Es por esto que las uvas del Niño de la Virgen de la Eucaristía nos recuerda a las Bodas de Caná, en donde las tinajas de arcilla son una representación del corazón humano en su proceso de conversión: antes del milagro -y antes de la conversión-, las tinajas de arcilla –representan la fragilidad de nuestra condición humana, pues llevamos “tesoro en vasijas de barro”, como dice San Pablo- están vacías, y esto significa que están vacías del verdadero Amor; son los corazones humanos llenos de la nada del mundo; las tinajas vacías representan el fruto de ceder a los atractivos mundanos: la nada más absoluta. Cuando el corazón humano se deja atraer por las tentaciones y los placeres del mundo, encuentra que al final se encuentra como las tinajas de las Bodas de Caná antes del milagro: vacías, porque los placeres del mundo sólo dejan hastío al hombre. Antes de la conversión, el corazón humano está vacío del Amor de Dios y lleno con la nada del mundo.
         Cuando la Virgen intercede y logra que Jesús –en realidad, toda la Trinidad- acceda a su pedido, las tinajas de arcilla son llenadas con agua: como el agua simboliza la gracia y la participación a la vida divina, las tinajas con agua representan la conversión del corazón, de Dios al mundo: ya no está lleno con el vacío del mundo, sino que está lleno de la gracia de Dios, el Agua Nueva que da la vida divina. Y puesto que se encuentran en gracia, los corazones que son como las tinajas con agua cristalina y pura se asemejan al Corazón Inmaculado de María, Puro y Lleno de gracia. Por intercesión de la Virgen, Jesús ordena a los servidores que llenen las tinajas con agua; esto representa la intervención de la Virgen en la vida personal de un pecador, intervención mediante la cual consigue la gracia del arrepentimiento y la contrición del corazón, que empieza así a atesorar la gracia divina.
         Finalmente, las tinajas, que primero estaban vacías y luego llenas con agua, reciben el milagro de la conversión del agua en vino: Jesús obra el milagro y el agua se convierte en vino, y en vino del mejor; es una representación del alma que, por la gracia, se acerca a la Santa Misa y bebe el Vino del cáliz del altar, la Sangre que brota del Corazón traspasado del Salvador. En la última fase de la conversión, el alma en gracia ve colmado su corazón con la Sangre del Cordero, al libar del cáliz eucarístico el Vino de la Alianza Nueva y Eterna.
          Con las uvas que trae el Niño, se hace el Vino de la Nueva Alianza, Vino que es la Sangre del Cordero, Vino que al colmar las tinajas de arcilla, los corazones de los hombres en gracia, los embriaga con la Alegría infinita del Amor Divino.

         Intención para el Día 5 de la Novena:


         Nuestra Señora de la Eucaristía, haz que nuestros corazones, que son como las tinajas vacías de las Bodas de Caná, se llenen con el agua de la gracia santificante, para que luego sean colmados con el Vino de la Alianza Nueva y Eterna, la Sangre de tu Hijo Jesús. Amén. 

Novena a Nuestra Señora de la Eucaristía (IV)


         Meditación
         Las uvas del Niño simbolizan su Sangre derramada en la Cruz, porque ese Niño es la Vid verdadera, que de adulto habrá de dar el fruto celestial, el Vino de la Alianza Nueva y Eterna, luego de ser triturado en la vendimia de la Pasión. La Vid verdadera será estrujada y triturada para dar el Vino que el Padre habrá de servir en el Banquete celestial, la Santa Misa, Banquete en el que, además de Vino exquisito, de la mejor calidad –la Sangre del Cordero-, se sirve la Carne del Cordero, el Cuerpo de Jesús resucitado, y todo se acompaña con Pan Vivo bajado del cielo, cocido en el horno ardiente de caridad, el seno eterno del Padre. Acompañan a este Banquete celestial, servido por el Padre, formado por Vino de la Alianza Nueva y Eterna, la Carne del Cordero asada en el Fuego del Espíritu Santo, y el Pan de Vida eterna cocido en las brasas incadescentes del Amor Divino, unas hierbas amargas, las hierbas de la tribulación de la Cruz, que Dios da no a cualquiera, sino a sus elegidos, a aquellos a quienes Él ha elegido en Persona para que sean partícipes de la Gran Tribulación del Calvario.
         La Virgen nos ofrece al Niño y el Niño nos ofrece sus uvas, porque todo es así en Dios: amor, generosidad, don sin límites, comunicación de su bondad, de su dulzura, de su ternura. Nada hay en Dios que no sea don y don gratuito de máxima liberalidad, don del Amor de sus entrañas, Amor que es su esencia y que brota de su Ser trinitario perfectísimo. Pero esas uvas que nos da el Niño, como signo del Amor divino, serán convertidas en vino cuando el Niño, Vid verdadera, ya adulto, sea triturado en la vendimia de la Pasión. Cuando su Cuerpo sea estrujado y machacado por los golpes; cuando su Cuerpo sea lacerado, golpeado, magullado, molido, y abierta su piel y sus carnes por miles de heridas, la Sangre que salga de esta Vid verdadera así triturada, será el Vino de Vida eterna que el Padre servirá en la Mesa Santa, la Santa Misa, para sus hijos más queridos. Y en este ser triturada la Vid verdadera en la vendimia de la Pasión, está la respuesta de los hombres al Amor de Dios, porque si de parte de Dios todo es don gratuito de su Amor infinito, y lo que nos dona es todo lo que Él tiene, su Hijo amado en la Cruz, siendo este Amor del Padre el motor de la Pasión de parte de Dios, de parte de nosotros, los hombres, el motor de la Pasión es el mal y el pecado, porque son nuestros pecados los que muelen a la Vid verdadera, estrujándola para que dé el fruto exquisito, el Vino de la Alianza Eterna y definitiva.
         El Niño nos ofrece sus uvas, las uvas que pisadas en la Vendimia se convertirán en el Vino con el que Dios Padre nos concede su perdón y su Amor; el motor de esa vendimia, de parte nuestra, son nuestros pecados; de parte de Dios, es su Amor. Hagamos entonces el siguiente intercambio: démosle a Dios Padre nuestros pecados en la confesión sacramental, y que Él en la Misa nos dé la Sangre de su Hijo y, con su Sangre, su Amor.

Intención para el Día 4 de la Novena:

         Nuestra Señora de la Eucaristía, ruega por nosotros, para que bebamos en gracia y con Amor y devoción el Vino de la Eterna Alianza, la Sangre del Cordero, el Vino hecho con las uvas que nos convida tu Niño Jesús.

Novena a Nuestra Señora de la Eucaristía (III)


         Meditación
         Nuestra Señora de la Eucaristía, Pura e Inmaculada como su Hijo Jesús
Al igual que sucede con un hijo, en quien se pueden ver los rasgos de la madre, así en el Hijo de María Virgen, podemos ver los rasgos de María, que van más allá del parecido meramente físico. La Virgen es la Llena de gracia, es la Purísima, y está inhabitada por el Espíritu Santo, el Amor de Dios, y así como es la Madre, así es el Hijo: Jesús es la Gracia Increada y el Autor de toda gracia creada, porque es Dios; su Ser trinitario es Purísimo, Limpidísimo y Perfectísimo, sin la más mínima mancha de ni siquiera imperfección alguna, por pequeña que sea; Jesús es el Cordero Inocente, el Cordero sin mancha, que junto al Padre dona el Amor de Dios, el Espíritu Santo, a través de su sacrificio en Cruz.
         Jesús es parecido a su Madre –como todo hijo se parece a su madre- pero, en rigor de verdad, es María quien se parece a Jesús, porque la Virgen fue hecha por Jesús y para Jesús, a su imagen y semejanza, para que fuera, desde su creación en gracia, Tabernáculo viviente y purísimo en donde fuera custodiado el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad de Jesús. Nuestra Señora de la Eucaristía fue creada Pura y Santa, a imagen de su Hijo Jesús, convirtiéndose así en la Primera Custodia y el Primer Sagrario que alojó en su seno virginal al Pan de Vida eterna, Jesús, el Hijo de Dios.
Procedente desde la eternidad del seno de Amor Purísimo de Dios Padre, Jesús debía encarnarse y nacer en este mundo, pero su Encarnación y Nacimiento en el tiempo debía verificarse en un horno de Amor Purísimo y ardentísimo en un todo similar al seno de Amor Purísimo y ardentísimo en el que Él era desde toda la eternidad, para que Él, que era el Hijo de Dios, proveniente desde el seno eterno del Padre, fuera recibido con un Amor similar al del Padre y así no sintiera diferencias entre el Amor recibido en el seno eterno del Padre en la eternidad y el Amor recibido en el seno virgen de la Madre, en el tiempo. Este es el motivo que explica que la Virgen, pensada por la Trinidad desde toda la eternidad para ser Madre de Dios, haya sido creada y concebida en gracia y que toda Ella sea Pureza Inmaculada, porque su Hijo es la Pureza Inmaculada en sí misma; esto es lo que explica que la Virgen es llamada y sea “Llena de Gracia”, porque debía alojar en su seno virginal a su Hijo, que es la Gracia Increada; esto es lo que explica que la Virgen esté inhabitada, desde su Inmaculada Concepción, por el Espíritu Santo, el Amor de Dios: viviendo el Hijo en la eternidad en el Amor del Padre, debía vivir también en el tiempo, desde el primer instante de la Encarnación, en este mismo Amor, y para que el Hijo viva en el Amor del Padre fue que el Espíritu Santo hizo de María Virgen su morada virginal.
Entre la Madre y el Hijo se da un admirable intercambio: mientras Ella le proporciona de su carne y de su sangre, revistiendo al Verbo invisible del Padre para hacerlo visible y presentarlo al mundo como Niño Dios, su Hijo, que es Dios, le comunica y participa de su gracia desde el momento mismo de su Concepción Inmaculada. El parecido entre la Madre y el Hijo se da porque mientras la Virgen le proporciona de su carne, de su sangre y de nutrientes, su Hijo le comunica su Gracia, su Amor y su vida divina. Así el Niño tiene los rasgos faciales de la Madre y la Madre tiene la Pureza del Ser trinitario del Hijo. En la imagen, el Niño se parece a la Madre, pero es la Madre la que participa de la gracia de su Hijo en un grado que supera infinitamente a todos los ángeles y santos juntos. Y porque participa de la gracia de su Hijo en un grado eminente, así como es el fruto de sus entrañas, la Eucaristía -Pura, Inmaculada y Santa-, así es la Virgen: Pura, Inmaculada y Santa.
También los hijos adoptivos de la Virgen, nacidos al pie de la Cruz, están llamados a parecerse a su Madre celestial y para ello, los hijos de la Virgen deben alimentarse del Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Jesús; para parecerse a su Madre del cielo, los hijos de la Virgen deben nutrirse del Pan de Vida eterna, la Eucaristía. Porque todo hijo se parece a su madre, así el hijo adoptivo de María, que se alimenta de la Eucaristía, debe ser como su Madre: inmaculado, puro, santo.

Intención para el Día 3 de la Novena:

Nuestra Señora de la Eucaristía, intercede por nosotros para que, uniéndonos a tu Hijo Jesús en la Eucaristía, seamos para el mundo, por medio de las obras de misericordia, reflejos vivientes de su Pureza y de su Amor.


martes, 22 de octubre de 2013

Novena a Nuestra Señora de la Eucaristía (II)


         Meditación
         Nuestra Señora de la Eucaristía, la Mujer del Génesis y del Apocalipsis
Vista con ojos humanos, la imagen de Nuestra Señora de la Eucaristía nos muestra a una joven mujer que lleva en sus brazos a un niño, su hijo. Está vestida a la usanza antigua, con un vestido ceñido a la cintura y un gran manto de color verde que desde su hombro cubre casi todo su cuerpo. El niño, cuya edad es de unos tres años, está vestido solo con un manto blanco de lino y su pequeño cuerpo es sostenido por los frágiles brazos de su madre. Con toda seguridad, madre e hijo vienen de la vid, a juzgar por las uvas que traen entre ambos, y se dirigen a un lugar fresco y reposado de la casa, para disfrutar del racimo de uvas entre ambos. Vista con ojos humanos, parece una doncella de la Antigüedad con su hijo en brazos, retratados en un momento de la vida cotidiana de esos tiempos.
Sin embargo, no podemos ver a Nuestra Señora de la Eucaristía con ojos humanos, porque es una imagen que viene del cielo y por lo tanto, solo podemos verla con los ojos de la Fe; de lo contrario, corremos el riesgo de perder de vista el significado sobrenatural y celestial de la devoción.
Lo que la fe nos dice es que la joven doncella es la Virgen, la Madre de Dios (cfr. Is 7, 14), la Mujer que en el Génesis aplasta la cabeza de la Serpiente Antigua (cfr. Gn 3, 15); es la Mujer por cuya intercesión el Hijo de Dios comienza en Caná de Galilea a obrar públicamente prodigios asombrosos entre los hombres, el primero de todos, la conversión del agua en vino (cfr. Jn 2, 1-11); es la Mujer que acompaña en su Agonía redentora al Hombre-Dios, “al pie de la Cruz” (Jn 19, 25) y que al pie de la Cruz se convierte en Madre celestial de todos los hombres (cfr. Jn 19, 27); la fe nos dice que esta doncella es la Mujer que en el Apocalipsis aparece en el cielo, como una gran señal, “toda revestida de sol” (12, 1), porque el sol es símbolo de la gracia divina y Nuestra Señora de la Eucaristía es la Virgen Inmaculada, la Llena de gracia, Tabernáculo Purísimo de la Gracia Increada.
La fe nos dice que los femeninos y maternales brazos de esta Mujer, en apariencia frágiles y delgados, son los más fuertes del mundo, porque sostienen a un Niño que es Dios encarnado, Jesucristo.
La fe nos dice que el Niño que lleva la Virgen es la Segunda Persona de la Santísima Trinidad, Dios Hijo, que procede del seno del Padre desde la eternidad, que se encarnó en el seno purísimo de María para donar su Cuerpo como Pan de Vida eterna y que prolonga su Encarnación y Don de sí mismo en la Eucaristía, en la Santa Misa.
Vista con los ojos de la fe, la imagen de Nuestra Señora de la Eucaristía supera todo lo que podemos pensar o imaginar, porque es la Mujer del Génesis, de Caná, de la Pasión, del Apocalipsis, que en la Santa Misa nos dona a su Hijo, que es El que vence a la Serpiente, que es El que convierte el vino en su Sangre, que es Quien abre sus brazos en la Cruz del altar, que es el Cordero Inmaculado que entrega su Cuerpo en la Eucaristía para nuestra salvación.
Por el insondable misterio que encierra, no podemos ver a Nuestra Señora de la Eucaristía con ojos humanos, sino con los ojos de la fe.
Intención para el Día 2 de la Novena:

Nuestra Señora de la Eucaristía, intercede por nosotros para que veamos en Ti a la Madre de Dios y en tu Hijo a Nuestro Salvador Jesucristo, que nos ofrece en cada Eucaristía su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad. Amén.

lunes, 21 de octubre de 2013

Novena a Nuestra Señora de la Eucaristía (I)


         Meditación
El don de la Virgen, el don de la Iglesia
En la imagen, la Virgen avanza hacia nosotros y en el avance realiza el gesto de donar a su Hijo, como una madre que, orgullosa de su hijo, quiere compartirlo con su interlocutor. A su vez, el Niño quiere hacer también un don, y son las uvas que, ayudado por su Madre, trae entre sus brazos. En la imagen y en la devoción de la Virgen de la Eucaristía hay, entonces, la promesa de un doble don: la Virgen ofrece el fruto de sus entrañas, su Hijo Jesús y, a su vez, el Niño ofrece sus uvas.
Ahora bien, este doble don, presente en la imagen, visible en el gesto de la Virgen y en el de su Hijo, es una promesa, que como tal se presenta al fiel que contempla la imagen, pero que no se aún en la realidad, porque una imagen no es la realidad en sí misma, sino una representación de la realidad. La imagen promete un doble don, pero ese doble don permanece como promesa que todavía no se realiza porque se trata, precisamente, de una imagen y no de la realidad que esta representa.
Lo que hay que tener en cuenta, cuando se contempla la imagen de Nuestra Señora de la Eucaristía, es que la promesa del doble don que la devoción encierra, se concreta y realiza en la Santa Misa, porque es allí en donde la Santa Madre Iglesia -representada en la Virgen-, actualiza el sacrificio de la Cruz por medio del cual el Hijo de María Virgen se entrega como Víctima Inocente por la salvación del mundo, y es en la Santa Misa en donde Jesús, el Hijo de la Virgen, entrega no ya uvas, sino el fruto de la Vid verdadera, su Sangre, la cual es derramada incruentamente en el cáliz del altar. 
El devoto de Nuestra Señora de la Eucaristía debe entonces asociar su devoción a la Virgen con el don real que la Virgen le concede en la Santa Misa, porque el Niño que la Virgen ofrece en la imagen, es el Niño que la Iglesia nos dona en la Eucaristía, y las uvas que el Niño nos ofrece en la imagen, es su Sangre que Él derrama en el cáliz. En otras palabras, el devoto de Nuestra Señora de la Eucaristía tiene que considerar que lo que la imagen promete, lo da en la realidad la Iglesia en la Santa Misa: Jesús en la Eucaristía, la Sangre de Jesús en el cáliz. 

         Intención para el Día 1 de la Novena: 
Nuestra Señora de la Eucaristía, concédenos la gracia de comprender que el Niño que llevas en tus brazos, es el mismo que nos entregas, en Persona, en la Eucaristía, y que las uvas que tu Hijo nos ofrece, son la figura de su Sangre que, incruentamente, se vierte cada vez en el cáliz, en la Santa Misa.

lunes, 26 de agosto de 2013

Pequeña semblanza de un gran sacerdote: el P. Gandur


         Es difícil resumir, en pocas palabras, las interminables virtudes del P. Gandur, sobre todo en la etapa final de su vida, en los tres últimos meses de vida: su mansedumbre, su paciencia, su entrega cristiana, su ofrecimiento a Cristo por los propios pecados y “por los del mundo entero” –como decía con la vista fija en la imagen de Jesús Misericordioso-, su buen humor, su ánimo sereno… Nunca se quejó, a pesar de las innumerables molestias e incomodidades producidas por la situación de su enfermedad. Tuvo pocos días de dolor muy intenso –comenzaron el 25 de junio, el día antes de San Josemaría-, pero nunca se quejó. Se mostraba agradecido con los médicos y las enfermeras y se sometía dócilmente a los tratamientos, sin quejarse nunca por las continuas interrupciones del sueño, producto de la actividad propia de un hospital. Esto se vio de modo particular en el día a día de la internación, puesto que todos los días debían extraerle sangre para análisis de laboratorio, y además debían punzarle un dedo para la prueba de la glucemia, y a pesar de lo que esto significa, nunca dijo una palabra de queja o fastidio, ni nada parecido.
Hasta que le fue posible, trabajó en la redacción de sus artículos para el semanario “Cristo Hoy” y la revista “Adoradores”, como así también para el periódico “La Gaceta”. Me pedía que buscara textos sobre la fe y también el pensamiento del Papa Francisco sobre la fe.
Continuamente pedía que le leyera noticias sobre el Santo Padre, para lo cual consultábamos algunos sitios, como ACIPrensa. Siguió todas las JMJ de Río, quedando particularmente impresionado por la Adoración Eucarística presidida por el Santo Padre. También pedía noticias de la Obra y pensamientos espirituales del Prelado. Pedía a los demás que rezáramos al Beato Álvaro del Portillo, pidiéndole por su curación.
Celebró la Santa Misa hasta el día anterior a su muerte, siempre lo hizo con gran devoción. Hasta que fue posible, se sentaba en un sillón contiguo a la cama, para celebrarla desde ahí, y pedía siempre el alba. Cuando empezó el estado de postración permanente, y ya no le fue posible sentarse y colocarse el alba, concelebró desde la cama, solo con la estola.
Rezaba el Rosario todos los días -incluso el día antes de morir-, al igual que la Liturgia de las Horas (esto último no lo hizo en sus últimos días, a causa de la creciente disnea, lo cual le impedía tanto el leer como el concentrarse).
Celebrábamos casi siempre la Misa por enfermos, y en la Liturgia de las Horas pedía por su recuperación, para poder reintegrarse a sus funciones como Párroco.
Conservó hasta el fin la esperanza de curarse, para poder seguir al frente de  la Parroquia, un deseo que lo expresó varias veces. Recordaba siempre con gran afecto y simpatía a todos sus parroquianos y con frecuencia preguntaba por ellos.
El día anterior a morir se persignó repetidas veces, de modo solemne, trazando una señal grande de la Cruz sobre sí. Se lo observaba concentrado, en oración.
Cuando se llevaron las imágenes de Nuestra Señora de la Eucaristía y Nuestra Señora del Rosario de San Nicolás, bajo la ventana de la habitación del sanatorio en el que estaba internado, se quedó asombrado, y si bien al final de la oración de la Coronilla que hicieron los fieles les dio la bendición, mientras se rezaba la Coronilla mostraba una cara de asombro, como si viera algo que lo maravillaba, pero que nosotros no podíamos ver.
         Celebró su última Misa el día de María Reina.
Su última bendición fue a un niño de doce años, quien meses antes había manifestado su deseo de ser sacerdote.
Sus últimas palabras:
En la terapia del Hospital Austral, luego de salir de su cirugía en la cual drenaron el empiema pleural, me dijo: “Me vas a ayudar a bien morir”.
Luego de un episodio de convulsión, una semana antes de la muerte, me pidió que le diera la unción de los enfermos, y preguntó si tenía puesto el Escapulario de Nuestra Señora del Carmen (me aseguré de que siempre tuviera puesto el Escapulario y le administré la unción de los enfermos).
         Contemplando la imagen de Jesús Misericordioso, que tenía enfrente de su cama: “Ofrezco mi enfermedad en reparación por mis pecados y los del mundo entero”.
Dos días antes de morir dijo para sí mismo: “Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”, que es la cita del Salmo 22 por parte de Jesús antes de morir (Mt 27, 46) y la cuarta palabra de la Cruz. Precisamente, murió mientras el P. Horacio Gómez recitaba este Salmo, por lo cual podemos decir que entró en el cielo cantando salmos.
Su última palabra fue: “Dame agua”, lo cual recuerda la quinta palabra de Jesús en la Cruz: “Tengo sed” (Jn 19, 28).
Además de sus virtudes humanas y sobrenaturales, sus dos grandes legados son su gran amor a la Eucaristía, concretado en el Oratorio de Adoración Eucarística “Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús” y su amor a la Virgen, manifestado ante todo en la devoción a Nuestra Señora de la Eucaristía, quien se dio a conocer a través del P. Gandur, en un modo que recuerda mucho a Nuestra Señora del Rosario de San Nicolás (la imagen original de Nuestra Señora de la Eucaristía estuvo guardada y olvidada en el armario de una casa de familia por espacio de quince años; cuando la dueña de la imagen, que no conocía al Padre Gandur –ni él a ella- acompañó a una amiga que quería que el P. Gandur le bendijera agua, el Padre le dijo a la señora dueña de la imagen que ella “tenía en su casa una imagen de la Virgen”, describiéndole las características de la imagen, incluidas las uvas que el Niño lleva entre sus brazos. Al principio, la señora no sabía de qué estaba hablando el Padre, hasta que recordó que la tenía en su armario, fue a buscarla, y se la trajo al Padre, quien le puso el nombre de “Nuestra Señora de la Eucaristía”, y le dijo que quería ser venerada públicamente en las Iglesias, y que la Virgen se había manifestado para preparar los corazones de los futuros adoradores del Oratorio de Adoración Eucarística. De hecho, esto sucedió dos años antes de la inauguración del Oratorio. A mí me dijo que él no vio ninguna imagen, es decir, no tuvo ninguna visión de la Virgen, pero sí supo, de alguna manera, cómo era la imagen, y así la pudo describir. Cuando vio la original, dijo que él pensaba que era más grande).
Conclusión
Nuestro querido Padre Gandur ya no está entre nosotros; ya no está en este “valle de lágrimas”, pero desde ahora y para siempre está en la eterna alegría de la Casa del Padre, y contempla en el cielo, cara a cara, a Jesús, a Aquel a quien en la tierra adoró oculto tras la apariencia de pan; ahora y para siempre se alegra por la presencia y visión de su Madre amantísima, María, a quien honró y amó en esta vida con todo su corazón, particularmente bajo la devoción de “Nuestra Señora de la Eucaristía”. Que desde el cielo interceda por nosotros, para que algún día podamos compartir con él su eterna alegría, la alegría de la contemplación de Jesús y María.
Padre Álvaro Sánchez Rueda.


miércoles, 13 de marzo de 2013


Os anuncio un gran gozo:
Tenemos Papa:


El argentino Jorge Mario Bergoglio es el nuevo papa, Francisco I


el eminentísimo y reverendísimo Señor,
Don Jorge Mario,
Cardenal de la Santa Iglesia Romana,
que se ha impuesto el nombre de
Francisco 

Junto a Su Santidad Benedicto XVI,
prometemos al nuevo Vicario de Cristo
"reverencia y obediencia incondicional"