El hombre es buscador de Dios por esencia, porque lleva
impresa en su alma el sello de haber sido creado por Dios: fue creado por Dios
y para Dios y ésa es la razón por la cual busca a Dios desde el momento mismo
en que es concebido. Ahora bien, esta búsqueda de Dios está ofuscada,
ensombrecida, oscurecida, por el pecado original y por su consecuencia, la
concupiscencia. Es así que el hombre busca a Dios, pero lo busca muchas veces
en donde Dios no está, porque lo busca según sus instintos concupiscibles y no
según la recta razón y el buen querer. El hombre busca a Dios, pero si no tiene
la luz de la gracia, lo buscará por caminos equivocados y no lo encontrará,
encontrando a cambio sustitutos de Dios –el poder, el dinero, la política, las
falsas religiones, etc.- que le harán creer que es Dios, pero en realidad son
ídolos. Y puesto que cree que estas cosas, que son ídolos, son Dios, se
postrará ante ellas, dándole culto como si fueran Dios e incluso dando su vida
por ellas.
Hay una sola forma de buscar y encontrar a Dios con toda
seguridad, sin temor alguno a equivocarnos y es guiados por la Virgen
Santísima: quien acude a la Virgen, encuentra a su Hijo, Dios encarnado,
Jesucristo. Y no lo encuentra de forma abstracta, idealizada, o en mera imagen:
lo encuentra a Cristo Dios en la Eucaristía, Presente con su Cuerpo, Sangre,
Alma y Divinidad. Guiado por el Inmaculado Corazón de María, el hombre busca y
encuentra a Cristo Dios, Presente en Persona en la Eucaristía.
Entonces, el hombre es buscador de Dios por esencia y lo encuentra
en la Eucaristía a través de la Virgen.
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