Cuando observamos la imagen de Nuestra Señora de la
Eucaristía, nos damos cuenta de que se trata de una imagen en movimiento, en el
sentido de que indica un movimiento de la Virgen hacia adelante, hacia el
espectador, que somos nosotros. En ese movimiento, la Virgen no solo se acerca
hacia nosotros moviendo el pie derecho hacia adelante, sino que se inclina con
su tronco también hacia adelante, configurando en su totalidad el gesto de
ofrecer lo que lleva entre sus brazos, que es su Hijo Jesús y el racimo de
uvas.
¿Por qué la Virgen quiere darnos a Jesús y al racimo de
uvas? Porque Nuestra Señora de la Eucaristía quiere darnos aquello que nos
salva, que es el Cuerpo y la Sangre de Jesús, esto es, la Eucaristía: al darnos
al Niño, nos da su Cuerpo; al darnos el racimo de uvas, nos da su Sangre, porque
con las uvas se hace el vino y el vino es el que se convierte en la Sangre de
Jesús por la consagración en la Misa. En definitiva, lo que quiere darnos
Nuestra Señora de la Eucaristía, no es sólo a su Niño, para que lo abracemos y
adoremos y no es sólo un racimo de uvas, para que nos deleitemos con ellas:
quiere darnos el Cuerpo y la Sangre de Jesús, la Sagrada Eucaristía, para que
nuestras almas se vean colmadas con la dulzura y el deleite de la Presencia de
su Hijo en nosotros.
El don de la Virgen, Nuestra Señora de la Eucaristía, no se
queda en una mera imagen: la imagen es anticipo y figura de lo que la Iglesia
hace con nosotros: así como la Virgen lleva al Niño y las uvas y quiere darnos
a ambos, para con ellos darnos el Cuerpo y la Sangre de Jesús, así la Iglesia,
en cada Santa Misa, nos da, en la realidad y no en imagen, el Cuerpo y la
Sangre de Jesús y, con su Cuerpo y su Sangre, también su Alma y Divinidad. Es decir,
el don que está prefigurado en la imagen de Nuestra Señora de la Eucaristía, es
el don que la Madre Iglesia, que también lleva el título de Madre de la
Eucaristía, nos hace en cada comunión eucarística, porque en cada comunión
eucarística recibimos el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad de Nuestro
Señor Jesucristo.
Al contemplar la imagen de Nuestra Señora de la Eucaristía,
por lo tanto, debe encenderse en nosotros un vivo deseo de recibir lo que la
Virgen nos quiere dar: el Cuerpo del Niño y el racimo de uvas, que es aquello
que la Iglesia nos da en cada Santa Misa, el Cuerpo y la Sangre de Nuestro
Señor Jesucristo, la Sagrada Eucaristía.
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