En el Evangelio se relata que la Virgen, estando encinta por
obra del Espíritu Santo –en su concepción no hubo intervención humana, puesto que
fue obra del Espíritu Santo-, y con un período gestacional de tres meses aproximadamente,
al enterarse de que su prima Santa Isabel también estaba encinta, decidió
emprender un largo y peligroso viaje para asistirla en el momento del parto.
De esta manera, la Virgen nos enseña y da ejemplo de cómo
obrar misericordiosamente con los más necesitados, olvidándonos de nosotros. Debemos
comprender que Ella era una mujer joven, encinta, que también estaba pasando
por un momento de necesidad, que el viaje que emprendía era peligroso porque
estaban a merced de los asaltantes del camino y sin embargo, la Virgen no pensó
en Ella, sino en su prima y así nos enseña cómo debemos obrar en cuanto
cristianos.
Pero en la escena de la Visitación de la Virgen hay otros
elementos de mucho provecho para nuestra vida espiritual y que no se limitan al
ejemplo de bondad de la Virgen.
Estos elementos son todos de origen sobrenatural y nos
demuestran cómo la Visitación de la Virgen trae aparejada la Visitación también
de su Hijo Jesús y del Espíritu Santo.
En efecto, cuando la Virgen llega, tanto Santa Isabel como
su hijo, Juan el Bautista, aun en su vientre, experimentan la Presencia del
Espíritu Santo: Santa Isabel queda “llena de Espíritu Santo” y saluda a la
Virgen no con el saludo que correspondería a un pariente –eran primas- sino que
la llama “Madre de mi Señor”, “Madre de mi Dios” o “Madre de Dios” y exulta de
alegría ante la llegada de la Virgen: tanto el saludo como la alegría, ambos
sobrenaturales, se deben a la acción del Espíritu Santo. Pero no solo Santa
Isabel exulta de gozo y se llena del Espíritu Santo ante la Presencia de la
Virgen, también Juan el Bautista “salta de gozo”, literalmente, en el seno de
Santa Isabel, al oír que la Virgen llegaba: “y en cuanto oyó Isabel el saludo
de María, saltó de gozo el niño en su seno” (Lc 1, 39-45).
Con la Visitación de la Virgen, tanto Santa Isabel como Juan
el Bautista “saltan de alegría” por la llegada de la Madre de Dios, porque con
Ella llegan el Hijo de Dios, Jesucristo, y el Espíritu Santo.
Recibamos a Nuestra Señora de la Eucaristía que viene a
visitarnos en nuestra escuela, pero sobre todo la recibamos en esa casa
interior, personal, íntima, secreta, que es nuestro corazón y nuestra alma y alegrémonos,
porque con la Llegada de la Virgen, llegarán también Jesucristo y el Espíritu
Santo a nuestras vidas.
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