martes, 22 de mayo de 2018

Nuestra Señora de la Eucaristía trae al alma la verdadera alegría



         Dice uno de los más grandes filósofos de todos los tiempos, Aristóteles, que el hombre, naturalmente, desea ser feliz. Es decir, todo hombre, independientemente de su raza, de su edad, de su ocupación, de su estado de vida, desde que nace, hasta que muere, desea ser feliz. El deseo de felicidad es como un “sello” espiritual con el que nace cada hombre que viene a este mundo. A su vez, San Agustín, citando a Aristóteles, afirma que es verdad que todo hombre desee ser feliz, pero el problema está en que se busca la felicidad en donde esta no se encuentra. El ser humano, enceguecido por el pecado original, piensa que la felicidad, la alegría de su corazón, está en los placeres del mundo, en los bienes materiales, en el dinero, en la fama, en el poder, y por eso dedica su vida a obtener esto que él considera que es lo que lo hará feliz. Sin embargo, nada de estas cosas mundanas puede darnos la felicidad. El hombre puede tener todo el dinero, toda la fama, todo el poder, pero jamás será feliz, porque todo el dinero del mundo, toda la fama y todo el poder del mundo, comparados con la sed de felicidad que tiene el hombre, es igual a intentar rellenar un abismo con un grano de arena. El abismo es nuestra alma y su deseo de felicidad; el grano de arena es todo el oro del mundo, toda la fama y todo el poder y todos los placeres mundanos. Es imposible que eso nos dé felicidad.
         Si estas cosas no dan felicidad, ¿dónde encontrar la verdadera felicidad?
         Encontraremos la respuesta en el episodio de la Visitación de la Virgen a su prima Santa Isabel. Cuando la Virgen llega, Santa Isabel y su hijo Juan el Bautista, que está en su seno, “se llenan del Espíritu Santo” y sus almas se colman de alegría por la presencia de la Virgen y hasta tal punto, que el niño Juan el Bautista “salta de alegría” en el seno materno de Isabel, cuando escucha la voz de la Virgen. Se trata de una alegría que no es causada por las cosas del mundo, sino por la presencia de la Virgen. ¿Por qué? Porque la Virgen, en sí misma, es la creatura más hermosa y pura que pueda existir y su sola presencia llena de alegría al alma, pero con la Visita de la Virgen se agregan otras dos causas de la verdadera alegría: con la Virgen viene Jesús –que para nosotros, los católicos, está en la Eucaristía- y Jesús, que es Dios, sopla el Espíritu Santo sobre el alma de los que lo reciben en la Eucaristía, comulgando en gracia, con fe y con amor.
Una vez que está Jesús Eucaristía en el alma, con su Presencia Él sacia por completo la sed de felicidad, de amor, de paz, que tiene el alma, una sed que solo puede ser llenada con Dios, que es “Alegría infinita”, como dice Santa Teresa de los Andes, además de ser el Amor y la Paz en sí mismos. Con Jesús Eucaristía, ese abismo de deseo de felicidad que es nuestra alma queda extra-colmado y saciado y ya no desea ninguna otra cosa más en el mundo.
         Como Santa Isabel y Juan el Bautista, recibamos a la Virgen, Nuestra Señora de la Eucaristía, no solo exteriormente, sino ante todo interiormente; abrámosle las puertas de nuestros corazones y dejemos que ingrese la Virgen y Ella traerá a nuestras vidas a Jesús Eucaristía y con Jesús Eucaristía vendrá el Espíritu Santo, que colmará nuestros corazones con la Verdadera Alegría.

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