jueves, 3 de agosto de 2017

Nuestra Señora de la Eucaristía quiere que recibamos a su Hijo por la Comunión Eucarística


         Dicen los santos que cuando un alma se acerca a María, recibe a Jesús, y esto es lo que sucede también con la Virgen de la Eucaristía: quien se acerca a la Virgen de la Eucaristía, recibe a Jesús, pero lo recibe de una manera particular: espiritualmente, porque la Virgen da a su Hijo a todo aquel que se acerca a Él con un corazón contrito y humillado, y sacramentalmente, porque en el caso de la advocación de Nuestra Señora de la Eucaristía, la Virgen lo que desea es que el alma reciba a su Hijo, además de un modo espiritual, en la Eucaristía, es decir, sacramentalmente, por medio de la comunión eucarística.
         Ahora bien, con la Virgen sucede lo que sucede con una madre que tiene en sus brazos a su hijo amado, y lo quiere compartir un rato con alguien a quien ama: así como no se puede tomar al niño con manos llenas de barro, porque el niño se ensuciaría, así también el alma no puede recibir a Jesús Eucaristía, manchada con esa mancha espiritual que es el pecado. Por eso mismo, es necesaria la Confesión Sacramental, para limpiar el alma y dejarla resplandeciente, con el brillo mismo y el perfume de la gracia de Dios, para que Jesús Eucaristía pueda entrar en nuestros corazones y concedernos todas las gracias que desea darnos, además del Amor de su Sagrado Corazón Eucarístico.

         “Quien se acerca a María, recibe a Jesús”, dicen los santos. Quien se acerca a Nuestra Señora de la Eucaristía, recibe la gracia de amar la Confesión Sacramental, para tener un alma limpia y así poder recibir a Aquel que es más grande que los cielos eternos, el Dios del sagrario, Jesús Eucaristía. Y una vez con Jesús en el corazón, el alma recibe todo tipo de gracias, la principal de todas, el desear no apartarse nunca de la comunión eucarística, por medio de la cual recibe al Rey de los cielos, Nuestro Señor Jesucristo.

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