Dicen los santos que cuando un alma se acerca a María,
recibe a Jesús, y esto es lo que sucede también con la Virgen de la Eucaristía:
quien se acerca a la Virgen de la Eucaristía, recibe a Jesús, pero lo recibe de
una manera particular: espiritualmente, porque la Virgen da a su Hijo a todo
aquel que se acerca a Él con un corazón contrito y humillado, y
sacramentalmente, porque en el caso de la advocación de Nuestra Señora de la
Eucaristía, la Virgen lo que desea es que el alma reciba a su Hijo, además de
un modo espiritual, en la Eucaristía, es decir, sacramentalmente, por medio de
la comunión eucarística.
Ahora bien, con la Virgen sucede lo que sucede con una madre
que tiene en sus brazos a su hijo amado, y lo quiere compartir un rato con
alguien a quien ama: así como no se puede tomar al niño con manos llenas de
barro, porque el niño se ensuciaría, así también el alma no puede recibir a
Jesús Eucaristía, manchada con esa mancha espiritual que es el pecado. Por eso
mismo, es necesaria la Confesión Sacramental, para limpiar el alma y dejarla
resplandeciente, con el brillo mismo y el perfume de la gracia de Dios, para
que Jesús Eucaristía pueda entrar en nuestros corazones y concedernos todas las
gracias que desea darnos, además del Amor de su Sagrado Corazón Eucarístico.
“Quien se acerca a María, recibe a Jesús”, dicen los santos.
Quien se acerca a Nuestra Señora de la Eucaristía, recibe la gracia de amar la
Confesión Sacramental, para tener un alma limpia y así poder recibir a Aquel
que es más grande que los cielos eternos, el Dios del sagrario, Jesús
Eucaristía. Y una vez con Jesús en el corazón, el alma recibe todo tipo de
gracias, la principal de todas, el desear no apartarse nunca de la comunión
eucarística, por medio de la cual recibe al Rey de los cielos, Nuestro Señor
Jesucristo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario