jueves, 30 de agosto de 2012

Novena a Nuestra Señora de la Eucaristía 3



         La Virgen de la Eucaristía y el Niño, representación de la Santa Misa
    Como toda devoción, Nuestra Señora de la Eucaristía tiene también una característica particular, y es la asistencia a Misa, ya que como vimos, es una representación de la Iglesia en su acto litúrgico más importante, la celebración de la Misa, por la cual nos ofrece al Hijo de Dios como Pan de Vida eterna.
         Ahora bien, como hijos de Dios, debemos tener presente que asistir a Misa implica algo más que la presencia física, y que la participación no se limita a ocupar un lugar, a entonar canciones y recitar oraciones; tampoco se reduce a ponerse de pie y hacer fila para comulgar, y no termina con la bendición final del sacerdote; por el contrario, es el momento en que inicia la misión del cristiano.
         El cristiano que asiste a Misa debe hacerlo convencido de que no es él quien decide asistir, sino que es el Espíritu Santo el que lo convoca, y lo hace para que contemple a Cristo Dios, según relata el Evangelio de Lucas: “(Simeón) concurrió al Templo, movido por el Espíritu Santo (…) a ver a Cristo el Señor” (cfr. Lc 2, 26-27).
         Por otra parte, la participación activa que se requiere del fiel laico-y con mucha mayor razón del sacerdote ministerial que celebra la Misa- no consiste en aplaudir, bailar, cantar, o inventar “misas temáticas”, sino en ofrecerse voluntaria y libremente, como víctima, junto a y en la Víctima Inocente, Jesucristo, que se inmola en el altar para la expiación de los pecados de los hombres y para concedernos la filiación divina. El estado de inocencia y santidad, necesarios para la asistencia a Misa, se obtiene con un corazón contrito y humillado –es lo que se ofrece a Dios- y con la gracia santificante que se nos brinda en los sacramentos.
         Asistir a Misa es asistir al Calvario, ya que se trata de la renovación incruenta del sacrificio de Cristo en la Cruz, y es por esto que la disposición del cristiano debe ser la misma de la Virgen y de Juan Evangelista en el Monte Calvario: esto quiere decir que no debe pretender que la Misa sea “corta”, “divertida”, “interesante”, “temática”, sino que debe disponer su espíritu a la adoración del Hombre-Dios que se manifiesta en la Cruz del altar y derrama su Sangre en el cáliz eucarístico.
         Por último, la bendición final del sacerdote no es una despedida, con la cual el cristiano puede volver tranquilamente a sus ocupaciones habituales, como si nada hubiera pasado, desconectando así el sacrificio del altar del cual acaba de participar, con su vida cotidiana: la bendición final del sacerdote, más que indicar un final de un acto litúrgico, indica el inicio de la actividad misional de la Iglesia y del laico como miembro vivo de la Iglesia, y la misión del cristiano que acaba de asistir a Misa es la misma misión de las santas mujeres el día de la resurrección: “llenas de alegría, corrieron a dar la noticia de que el Señor había resucitado”; todavía más, el cristiano debe anunciar no solo que Cristo ha resucitado, que el sepulcro está vacío porque su Cuerpo ya no está más en el sepulcro, sino que el sepulcro está vacío porque Cristo, con su Cuerpo glorioso, resucitado, lleno de la vida, de la gloria y del amor de Dios, está de pie, vivo, luminoso y resplandeciente, como el Domingo de Resurrección, en la piedra del altar y en el sagrario.
         La devoción a la Virgen de la Eucaristía implica una participación espiritual interior y activa a la Santa Misa, consciente del insondable misterio del sacrificio del Hombre-Dios que se renueva sacramentalmente en el altar.
             Intención para el Día 4 de la Novena: Nuestra Señora de la Eucaristía, haz que como fieles devotos tuyos, crezcamos cada día más en el amor a la Santa Misa. Amén.

No hay comentarios:

Publicar un comentario