miércoles, 20 de junio de 2018

La naturaleza humana es sumamente frágil, pero cuenta con una Madre celestial, la Santísima Virgen María



(Reflexión en ocasión de la Visita de Nuestra Señora de la Eucaristía a un establecimiento de Educación Secundaria)

         Cuando observamos la naturaleza y hacemos una comparación entre los distintos tipos de vida que encontramos, incluida la vida humana, nos damos cuenta que el hombre es el ser más frágil e indefenso de todas las especies. Mientras las especies de animales irracionales son capaces de valerse por sí mismos al poco tiempo de haber nacido –unos cuantos días, llegando a haber especies cuyos ejemplares se valen por sí mismos prácticamente apenas nacidos-, el ser humano, por el contrario, necesita no solo de días o meses para valerse por sí mismo, sino de años y de muchos años. Aunque él mismo tiene las cualidades y capacidades para ayudar a otros, siempre está necesitado de ayuda. Por otra parte, el ser humano es un ser que puede vivir solo, pero está hecho para vivir en comunión interpersonal con sus semejantes, por eso es un ser que vive en sociedad. Estas capacidades suyas no quitan lo que dijimos al inicio, esto es, que el ser humano es, de entre todas las especies vivientes, el más frágil de todos. Una muestra de lo que decimos es que un simple virus, un ser viviente invisible a los ojos debido a su pequeñísimo tamaño, puede darle muerte –es lo que sucede, por ejemplo, con el virus del SIDA o cualquier otro virus mortal- o puede incapacitarlo de forma permanente.
         Ahora bien, el ser humano no está solo. Además de contar con sus progenitores y con sus congéneres -necesita de sus progenitores cuando es pequeño, necesita de sus congéneres cuando es más grande- cuenta además con una ayuda celestial, por medio de la cual puede superar con creces cualquier adversidad que pueda presentársele en el curso de su vida mortal: además de su madre biológica, el ser humano –el cristiano- cuenta con una Madre celestial, la Virgen, que acude en su auxilio ante el más ligero pedido de auxilio.
Así como una madre terrena acude prontamente en auxilio de su hijo pequeño, que en sus intentos por aprender a caminar se cae, se golpea y llora, así, de la misma manera, pero con más premura y con más amor, acude la Virgen en auxilio de aquellos de sus hijos que imploran su ayuda. Los cristianos católicos debemos tener presente, a cada instante, esta hermosa verdad: tenemos una Madre del cielo que vela por nosotros y que solo necesita, para venir en nuestro auxilio, que elevemos los ojos del alma hacia Ella, para que la Virgen se haga presente en nuestras tribulaciones.
Por otra parte, no existe absolutamente ninguna dificultad, problema, tribulación, tentación, que no pueda ser superada con la ayuda de nuestra Madre celestial.
Para darnos una idea de cómo es esta Madre celestial que tenemos los cristianos, conviene rezar con frecuencia la siguiente oración de San Bernardo:
 “¡Oh tú que te sientes lejos de la tierra firme, arrastrado por las olas de este mundo,/en medio de las borrascas y de las tempestades, si no quieres zozobrar, no quites los ojos de la luz de esta Estrella, invoca a María!./Si se levantan los vientos de las tentaciones, si tropiezas en los escollos de las tribulaciones, mira a la Estrella, llama a María./Si eres agitado por las ondas de la soberbia, si de la detracción, si de la ambición, si de la emulación, mira a la Estrella, llama a María./Si la ira, o la avaricia, o la impureza impelen violentamente la navecilla de tu alma, mira a María./“Si, turbado a la memoria de la enormidad de tus crímenes, confuso a la vista de la fealdad de tu conciencia,/aterrado a la idea del horror del juicio, comienzas a ser sumido en la sima del suelo de la tristeza,/en los abismos de la desesperación, piensa en María./“En los peligros, en las angustias, en las dudas, piensa en María, invoca a María./No se aparte María de tu boca, no se aparte de tu corazón; y para conseguir los sufragios de su intercesión,/no te desvíes de los ejemplos de su virtud./No te extraviarás si la sigues, no desesperarás si la ruegas, no te perderás si en Ella piensas./Si Ella te tiende su mano, no caerás; si te protege, nada tendrás que temer;/no te fatigarás, si es tu guía; llegarás felizmente al puerto, si Ella te ampara”.
         Pero además de todo este auxilio que la Virgen nos brinda, es nada en comparación con lo que Nuestra Señora de la Eucaristía quiere darnos, más allá de una ayuda espiritual, por grande que sea: mucho más que el auxilio en toda tribulación, la Virgen quiere darnos a su Hijo Jesús en la Eucaristía, lo cual supera infinitamente todo bien que seamos capaces siquiera de imaginar.


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