En
la fidelidad cristiana se aprende a amar. Es en el encuentro amoroso con el
Padre en donde nos hacemos almas luminosas y simples, almas que denotan
humildad en una entrega confiada que destella en lo simple de un Amor puro en
una continuidad de una auténtica y plena Verdad, una maravillosa y filial
bondad que abraza y consuela, una magnánima fuerza que nos anima a seguir en la
luz que engendra paz y que nos guía y protege.
Los
caminos a la santidad están dotados de una superior y sobrenatural FUERZA, de
un impulso que nos fusiona a diversos encuentros con el cielo, que nos anima a
respirar en esa dulzura que se esparce desde una entrega generosa y confiada.
Ese
pedacito de cielo que se disfruta cuando nos dejamos abrazar por un CORAZÓN que
no cesa de amar, que nos permite ser parte de un plan divino que reviste
nuestros días en la tierra con un aroma celestial y sereno.
Este comentario ha sido eliminado por un administrador del blog.
ResponderEliminar