Toda devoción mariana tiene una característica y un mensaje particular,
que se deriva de diversos factores o elementos, como la geografía, el lugar de
la aparición, la localidad de donde es patrona, el nombre mismo de la Virgen,
etc. Pero también toda devoción mariana tiene un mensaje universal, que está
comprendido en todas y cada una de sus advocaciones.
Así, por ejemplo, en la devoción a Nuestra Señora del
Rosario de San Nicolás, el mensaje central de esta devoción es el pedido del
rezo del Santo Rosario por parte del pueblo fiel; en la advocación de la Virgen
como “Nuestra Señora de la Medalla Milagrosa”, el mensaje central de la
devoción es el aumento de la confianza en la Virgen María como “Medianera de
todas las gracias”, puesto que, por disposición divina, puede conseguir cualquier
gracia necesaria para la salvación eterna; en la devoción a la Virgen, en su
advocación como “María Rosa Mística”, el mensaje central es el pedido de
oración, sacrificios y reparación, por los pecados de los hombres, pero sobre
todo de los consagrados cuyos pecados, por su misma condición de consagrados,
adquieren una gravedad especial; en las apariciones de Nuestra Señora de
Fátima, el mensaje central posee múltiples características: rezo del Rosario, sacrificios,
penitencia, advertencia del peligro real de la condenación en el infierno, adoración
a Jesús, presente en el Santísimo Sacramento del altar. Así podríamos seguir,
indefinidamente, con cada devoción mariana, y en cada una encontraríamos un
mensaje particular, que la diferencia de las demás.
En el caso de la Virgen de la Eucaristía, el mensaje central
está relacionado con la devoción y el amor a la Santa Misa y, por el hecho de
que se manifestó un 30 de octubre, vísperas de Halloween, con la adoración
eucarística reparadora, teniendo en cuenta el origen explícitamente satánico de
esta festividad pagana.
Un aspecto de la devoción a la Virgen de la Eucaristía entonces, es la de la adoración eucarística reparadora, por el motivo mencionado: su día se celebra el día antes de Halloween, fiesta pagana y satánica en la que se cometen los más abominables sacrilegios contra la Eucaristía. La Virgen de la Eucaristía quiere que honremos, amemos, adoremos, a su Hijo Jesús, por todos aquellos que no aman, ni esperan, ni adoran, y sobre todo por aquellos que lo ultrajan en su Presencia eucarística.
El devoto de la Virgen de la Eucaristía, por lo tanto, debe
caracterizarse por estos dos aspectos: la devoción a la Santa Misa y el amor a
la Eucaristía, manifestado en la adoración eucarística reparadora.
Ahora bien, ser devoto de la Virgen de la Eucaristía no
quiere decir simplemente asistir a Misa cotidianamente y comulgar, para
continuar la vida, después de la Misa, de modo rutinario, inmersos en el mundo;
no es esto lo que la Virgen nos pide a través de su devoción, porque la
asistencia a la Santa Misa implica algo muchísimo más sacrificado que el
caminar y dirigir los pasos hacia el templo en donde se celebra la Misa;
implica algo más laborioso que simplemente estar presente físicamente en el
lugar en donde se celebra la Santa Misa; ser devotos de la Virgen de la
Eucaristía implica un esfuerzo físico y espiritual que ni remotamente se agota
en la preparación de las andas de la Virgen, la procesión, las oraciones, los
cantos.
La devoción a la Virgen de la Eucaristía implica el empeño
de todo el ser metafísico, de todo el acto de ser de la persona; es decir,
implica la puesta en acto de todas las potencialidades, sobre todo
espirituales, de la persona, porque implica la participación consciente y
activa a la Santa Misa, la cual no es una celebración religiosa piadosa más,
como tantas otras que se realizan en otras sociedades religiosas: la Santa Misa
es la renovación sacramental del único sacrificio del Calvario; es la Presencia
de Jesús, el Hombre-Dios, en el misterio de su redención, que actualiza su
sacrificio redentor por medio de la liturgia sacramental; es la actuación, en
el tiempo y en el espacio, por medio de la liturgia eucarística de la Iglesia,
del sacrificio en Cruz del Salvador, sacrificio por el cual Cristo Dios derrota
definitivamente a los tres grandes enemigos del hombre: el demonio, el mundo y
el pecado; es la actualización de la ofrenda sacrificial agradable al Padre, el
Cordero del sacrificio, que se inmola en la Cruz y se eleva a los cielos como
Hostia Santa y Pura.
Y porque la Misa es este misterio inefable, incomprensible,
inagotable, el devoto a la Virgen de la Eucaristía no puede asistir a la Misa como
quien asiste a una mera celebración religiosa; debe asistir con la intención de
ofrecerse, él mismo, con todo su acto de ser, con toda su alma, con todo su
cuerpo, con toda su historia personal, con su pasado, su presente y su futuro,
como víctima de la Divina Justicia y de la Divina Misericordia, unido a la
Víctima por excelencia, Jesús de Nazareth; y si se ofrece como víctima junto a
la Víctima, debe vivir las bienaventuranzas y llevar la Cruz de todos los días,
sin quejas ni amarguras, para ser crucificado junto a Jesús.
Quien no asista a la Santa Misa con esta disposición del
alma, no puede considerarse verdadero devoto de Nuestra Señora de la
Eucaristía. Si alguien se encuentra en esa situación, la de descubrirse como devoto
meramente externo de la Virgen, puede pedir la gracia de asistir a la Santa
Misa como víctima para ser ofrecida junto a la Víctima Inocente, Cristo Jesús,
con la certeza de que la Virgen, como Madre amorosa que es, se la concederá.
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